EL MAESTRO LIENDRE

¿Lacios o enteraos?

PP y PSOE se alternan para interpretar el mismo guión: despreciar los debates domésticos que más polémica han levantado

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Un amigo protésico dice que, cuando llegan las elecciones, juega a las siete diferencias. Intenta pensar en siete asuntos que cree fundamentales para Cádiz o Andalucía, según el caso. Luego, trata de analizar en qué se distingue la propuesta de PP y PSOE para abordar esos proyectos. Tiene casi 40 años. Ha votado unas cuantas veces. Asegura que nunca ha podido encontrar las siete diferencias entre unos y otros, que jamás ha pasado de tres. Su retranca sirve para explicar la coincidente actitud de los dos grandes partidos políticos frente a los dos debates domésticos más polémicos de los últimos meses.

Tanto en la disputa dialéctica sobre la conveniencia de instalar restaurantes en plazas públicas (La Caleta, Varela y Santa María del Mar), como en el debate sobre el derribo de la Aduana Nueva, los responsables de ambos partidos se han alternado en la misma postura. Consiste en dejar pasar la tormenta de palabras con sonrisa socarrona -inteligente actitud ante casi todo- y soltar varias veces en público que la discusión es absolutamente menor, que nunca interesó ni tiene consecuencias.

Cuando algunos centenares de vecinos, ecologistas y militantes diversos se manifestaron contra los llamados quioscos, varios concejales populares, empresarios e incluso colegas, emitieron titulares que venían a decir: «Ojalá todos los problemas de la ciudad fueran esos»; «son unos pocos hippies y viejos»; «si los quioscos son el único motivo de disputa política en Cádiz... apaga y vámonos». Son opiniones legítimas y, como casi todas, contienen parte de razón.

Unos meses después y tras el revuelo que se ha montado a cuenta de la demolición de la Aduana, algunos dirigentes socialistas han firmado el mismo guión: «El derribo no es un asunto vital para mí», decía el pasado lunes el presidente de la Diputación. «Tanto si el informe decía una cosa como la otra, la polémica sería similar», añadió. La delegada de Cultura incluso se permitió eso tan socorrido de: «A ver si le prestamos la misma atención a otros temas».

En ambos debates, con lenguajes distintos, se trata del mismo movimiento filosófico, impulsado en 1992 por los profesores García Cossío y Guerrero Roldán -en su obra maestra El que la lleva, la entiende- y que se resume en el axioma: «Tampoco es pa ponerse asín».

Es cierto que los quioscos no le han cambiado la vida a nadie (a excepción de los diez o doce que allí trabajen). Todos hemos vivido muchos años tan panchos con la Aduana Nueva frente a la entrada sur del muelle comercial y jamás sentimos la menor irritación cutánea al pasar por delante, tras recorrer la bellísima y cómoda Carretera Industrial. Así seguiremos, tan felices.

¿QUÉ ES IMPORTANTE?

Cuándo los que desprecian estos debates utilizan la palabra «vital» o «personal», cruzan la frontera del sentido común. Para todos, los asuntos vitales se resumen a tres o cuatro, de puertas adentro, pero los partidos, los medios y las instituciones existen para proponer, fiscalizar y coordinar proyectos públicos, colectivos. Ya sabemos que todos vamos a cobrar y dormir lo mismo el mes que viene, opinemos una cosa o la contraria, y que hacerlo sinceramente sólo proporciona enemistades y la reducción de alternativas laborales.

Resaltar que, personalmente, esto no es importante para nadie es una obviedad. Ni la Aduana, ni los quioscos, ni Obama, ni la Escuela de Idiomas si tus hijos no están allí, ni el espionaje en el PP, ni el PGOU, ni el descenso del Cádiz, ni la suciedad en calles lejanas a la mía. Nada le importa personalmente a nadie si no le afecta. Hasta ahí podíamos llegar.

Cuando los defensores de esa filosofía proclaman que estos debates ciudadanos les parecen aburridos y pequeños, ridiculizan el único ámbito de actuación real que tienen. Si el modelo urbanístico de varias plazas, la oferta educativa o los servicios públicos les parecen poca cosa a una parte de concejales, alcaldes, articulistas y empresarios podríamos preguntarles qué debates ideológicos están a su altura. Quizás podríamos invitarles a modificar la evolución del precio del barril de Brent en el Mercado de Futuros de Londres. O a dar nuevas fórmulas para resolver las hostilidades entre Israel y Palestina, tras 60 años de muertos.

Igual podríamos analizar la capacidad de los ediles y diputados provinciales para buscar salidas reales a la crisis, su influencia a la hora de conseguir que las empresas se queden en esta zona, o para traer otras nuevas. Si planteamos a nuestros representantes locales grandes debates sociopolíticoeconómicos globales, que igual les interesan más, podríamos recordar, de pronto, que cualquier consejero de una empresa media, en Madrid, influye más en nuestras vidas que las tres primeras autoridades administrativas en Cádiz.

Las personas que dudan sobre la oportunidad de los quioscos o de mantener en pie la Aduana no quedan, por pensar eso, incapacitadas para proclamar que la prioridad absoluta es un desempleo galopante. Ni están desautorizadas para defender que, si queremos salir de nuestro boquete común, debemos mejorar (pero que ya) las vergonzosas instalaciones de miseria a las que confinamos a cientos de alumnos para que pasen frío, hacinados mientras esquivan cascotes, cuando tratan de estudiar.

Discutir una cuestión nunca impide abordar las demás. Pero cada uno tiene su ámbito. El de Pepe Blas, Cabaña, Peinado y los medios locales es el más cercano. Si renunciamos, por insignificantes, a discusiones como las de nuestras placitas en obras ¿quién las abordará? ¿Solbes, Obama, Merkel? ¿The Economist, Le Monde Dipolmatique? ¿quizás nadie, para comodidad de los que gustan de los hechos consumados?

ELIGE CHIRIGOTA

No se trata de un edificio bonito o feo, no se trata de una plaza más o menos despejada, no se trata de que un bar sea mayor o menor. Se trata de las reglas. Se trata de que un grupo de 3.000 personas ha impuesto su voluntad sobre 30.000 (como poco) y sobre las tres instituciones que ya habían firmado una decisión, que ya representan por elección libre a toda la sociedad gaditana. Se trata de saber qué queremos hacer con nuestra ciudad y aclarar si se han hecho trampas en una y otra cuestión. De saber si una minoría de privilegiados ha convertido el nepotismo en bandera para usurpar el lugar de los ciudadanos a los que, quizás, debería defender una oposición que lleva 14 años desaparecida.

Se trata de recordar que los gaditanos necesitan partidos activos, formales, bien organizados, que les representen cada día y cumplan lo que pactan, para que unos hagan contrapeso a los otros, para que el equilibrio democrático vuelva a esta ciudad. Se trata de que la alcaldesa, o una delegada o el presidente de la Diputación no sean los que nos digan de qué temas debemos preocuparnos. A esta ciudad tan apática le viene mejor una discusión a gritos, la que sea, que una llamada a la calma.

De tranquilidad, ya estamos sobrados. De indiferencia ya vamos bien servidos. Hay pruebas. En las pasadas elecciones municipales, un enorme porcentaje de gaditanos ignoró las urnas. Quizás los debates les parecieron pequeños, los retos les pudieron resultar nimios o creyeron que ninguno de los elegidos podría influir para mejorar en algo su vida cotidiana. Demasiada gente pasó de todo. Pueden comprobar el reflejo que esa actitud tuvo en los resultados.

Si se trata de elegir entre Los Lacios y Los Enteraos, me quedo con los últimos. La primera fue una chirigota maravillosa, pero es imposible ganar algo repitiendo tipo.