LUCES Y SOMBRAS

Carnaval y economía

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Por lo general, los acontecimientos festivos, religiosos, laicos o paganos generan una actividad económica importante. Las ferias, los carnavales, incluso las semanas santas, con independencia de sus orígenes y de cumplir una determinada finalidad, tienen una vertiente comercial y empresarial indudable. Como todo proyecto empresarial, las festividades van precedidas de un periodo preparatorio más o menos largo, según los casos, que implican un derroche significativo de medios personales y materiales, desembolsos financieros y, sobre todo, mucha ilusión. La participación masiva de los ciudadanos, que están deseando disfrutar de las fiestas y olvidarse de sus problemas cotidianos aunque sea sólo por unos cuantos días, hace el resto. No hay crisis que pueda con los festejos populares. Eso explica, por ejemplo, que en sólo tres días se hayan vendido, a pesar de la gravedad de la crisis, casi la mitad de las entradas del concurso del Falla.

Las fiestas multitudinarias reflejan, en buena medida, la idiosincrasia de una colectividad determinada. En este sentido, el Carnaval gaditano no es una excepción y nos suministra algunas pistas sobre nuestra manera de ser. Durante los largos meses de otoño y de invierno, los hombres y mujeres componentes de las agrupaciones familiares y oficiales preparan, ensayan su repertorio de coplas, a base de robarle tiempo al legítimo descanso, que más tarde disfrutamos en el teatro o en las calles y plazas de la ciudad. El esfuerzo y sacrificio que realizan para divertirse y ofrecernos lo mejor de si mismos es verdaderamente encomiable. La ilusión, el ingenio, la constancia, el esfuerzo personal, el talante alegre, la imaginación, el sentido del humor y de la crítica y hasta una manera innovadora de ver las cosas son los ingredientes habituales e imprescindibles con los que se cocina nuestro carnaval. Y qué casualidad, esas virtudes que se prodigan en la fiesta son las mismas que se exigen a un buen emprendedor. Tenemos buenos emprendedores en los carnavales, no cabe duda; las cajas registradoras de muchos establecimientos hosteleros lo pueden certificar. Lo malo es que parte de los valores que les caracterizan y les definen parece que se volatilizan con los fuegos artificiales de la última noche de Carnaval. Una verdadera lastima. Tal vez sea así siempre, pero eso no consuela.