LOS LUGARES MARCADOS

Cuarenta y cuatro

S oy supersticiosa, sí. Tengo manías acerca de la mala y la buena suerte que he heredado de mis ancestros, y otras que he ido adoptando o incluso inventando a lo largo de la vida. Y tengo amuletos, signos y señales a los que me aferro para atrapar y retener la fortuna. Entre otros talismanes, tengo mi número de la suerte: el 44. Y, como en el próximo mes cumplo 44 años, a la fuerza tengo que creer en que será un buen año, por encima de las crisis, de la debacle financiera y de los augures nefastos que, desde la prensa salmón y las tribunas políticas, se complacen en terminar de amargarnos la existencia.

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Y a la fuerza también tengo que creer en Obama. No olviden que es el presidente número 44 de Estados Unidos Además de ser el primer negro que ocupa el cargo, es guapetón, sonríe mucho y tiene cara de buena persona. Todos los hados me conducen a fiarme de él. Para más certidumbre, me pongo a repasar algunas de las iniciativas que ha tomado en estos primeros días: llamada directa al presidente de la Autoridad Nacional Palestina para expresarle su deseo de paz en el Oriente Próximo; suspensión de los juicios militares de Guantánamo; promesa de cerrar la susodicha prisión; anuncio de retirada de tropas en Irak; planes para duplicar la producción de energías renovables; mensajes de igualdad, de esperanza y de superación Esto promete, ¿no?

Cada vez que un nuevo presidente de los EEUU llega a la Casa Blanca, espero con ansiedad y cierto desasosiego a ver por dónde sale. A fin de cuentas, nuestros rumbos y los del resto del mundo, a pesar de que no hayamos participado en su elección, dependen en buena parte del que él marque. En el caso de Barack Hussein Obama, la ansiedad se ha tornado en expectación. El presidente 44 me tiene ganada.