Cultura

Crisis: las letras buscan culpables

Las novedades editoriales sobre la situación económica se agolpan en las librerías, proponen cambiar el modelo económico y ponen nombre a los responsables de la situación

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Ha llegado la hora de los reproches y de las explicaciones. Tras años de bombardeo incesante con todo tipo de manuales y decálogos para aprendices de tiburones, de hacerles repetir mantras de autoayuda adaptados a la gestión empresarial, las editoriales han demostrado tener razón. En la milenaria cultura china crisis significa peligro, pero también oportunidad; oportunidad para fortalecerse frente a la competencia, para reinventarse, para innovar, para sacarse de la manga un fenómeno editorial... Con mucha premura -tanta que a veces maltratan las traducciones- se han lanzado a ofrecer toda una gama de libros sobre el crack en la que hay de todo y que, básicamente, divide a sus autores entre quienes se desahogan lanzando reproches a los agentes económicos y quienes sólo intentan explicar al común de los lectores por qué, de rebote, se encuentran en medio de la mayor crisis desde 1929.

Los más sesudos están entre los primeros, que se dirigen a un público que maneja la jerga y las claves del funcionamiento del sistema financiero; un público que sabe poner nombre y apellido a los responsables del descalabro y al que incluso se le puede proponer un cambio de modelo económico. Y aunque hay candela para todos, el que no falta en ningún reparto es Alan Greenspan, quien en menos de tres años ha pasado de respetadísimo presidente de la Reserva Federal (FED) a responsable directo de que los activos tóxicos -las hipotecas subprime- colapsaran el sistema. Entre quienes le acusan de, como poco, haber olvidado que tenía que supervisar la actividad de los mercados y las entidades financieras están George Soros y Charles R. Morris. A su favor hay que decir que tanto el inversor como el columnista de The New York Times y The Wall Street Journal criticaron los derivados incluso cuando éstos gozaban de buena reputación porque, como ironizó en una ocasión el financiero para subrayar la incertidumbre de sus consecuencias, «no entendemos realmente cómo funcionan». En su contra, que ambos se centran excesivamente en el perjuicio que la crisis puede ocasionar al liderazgo político de EE UU, una cuestión que, con ser importante, pierde gancho a este lado del Atlántico.

El argumento central de ambos es el mismo: si la Administración Bush, con Greenspan como máximo responsable en materia económica, hubiera regulado los derivados, los efectos de la crisis serían más livianos. Soros afronta la cuestión sin querer hacer sangre, adoptando un punto de vista filosófico y en El nuevo paradigma de los mercados financieros (Taurus) sostiene que, tras la caída del «fundamentalismo del mercado», es preciso adoptar un nuevo modelo «como agua de mayo». Ante este vacío de poder propone la «reflexividad», «que introduce un elemento de incertidumbre en los asuntos humanos en general, y los mercados financieros en particular». El magnate además insiste en la necesidad de que este cambio se realice con urgencia porque «el fin de la superburbuja inmobiliaria no significa el fin de todas las burbujas», como las que, según él, están detrás de la carestía de las materias primas, la energía o los productos agrícolas.

El derrumbe

En cambio, con El derrumbe del billón de dólares: dinero fácil, grandes gastos y gran caída del crédito- Morris aparca todo tipo de sutilezas para echar en cara al antiguo caudillo de la FED no haber rectificado ni siquiera tras el estallido de la burbuja tecnológica en 2001. Según su reflexión, al no encarecer los tipos de interés, Greenspan alentó primero la concesión de créditos a prestatarios de dudosa solvencia y consintió después que muchas familias invirtieran en productos cuyos riesgos realmente no entendían, todo ello sin preguntarse jamás qué pasaría el día que las viviendas dejaran de revalorizarse y llegaran los impagos.

¿Y qué dice Greenspan? Nada. Rectificar no va con su estilo. Él se adelantó a la vorágine editorial y publicó, en septiembre de 2007, unas memorias que entonces resultaron polémicas por acusar al ex presidente de Estados Unidos George W. Bush de organizar la invasión de Irak con el único propósito de controlar las reservas de petróleo. Hoy, lo más llamativo de La era de las turbulencias: aventuras en un nuevo mundo (Ediciones B) es el empecinamiento de su autor en bendecir los hedge fund incluso en vísperas del pinchazo. «Lo que hemos visto a lo largo de los años en el mercado es que los derivados han sido un vehículo extraordinariamente útil para transferir el riesgo de las personas que no deberían asumirlo a aquellas que están dispuestas y son capaces de hacerlo», asegura. Lo que al final se viene a resumir en que lo malo no eran los fondos, sino el uso poco ético que algunos hicieron de ellos. Así, sin culpa.

Esa misma sensación de desengaño ante el descuido o la falta de escrúpulos de algunos agentes muestra en La trahison des économistes -La traición de los economistas- el autor francés Jean-Luc Gréau. En la obra, este antiguo asesor de la patronal gala subraya la desconfianza en la capacidad autorreguladora del mercado, pero, sobre todo, acusa a sus propios colegas. A unos, los financieros, de abusar de su creatividad y no saber controlar su avaricia; a otros, los analistas, de mirar hacia otro lado en vez de alertar de que muchas de las sofisticadas prácticas financieras inventadas por los primeros llevaban irremediablemente al desplome del sistema. No son los responsables directos -afirma Gréau-, pero tampoco explicaron que las revalorizaciones espectaculares de algunas acciones eran mérito de directivos más preocupados por sus bonificaciones que por el futuro de la empresa.

Así, sin cenizos que agüen la fiesta, un buen día se acaba la música. El mercado inmobiliario se hunde y todos, los hipotecados basura de EE UU y los de lujo de España, padecen la resaca. La volatilidad se instala en los parqués y causa estragos incluso entre los más ricos. No es que Amancio Ortega -del que, por cierto, se acaba de publicar una biografía escrita por Covadonga O'Shea-, haya echado a perder la mayor fortuna patria pero, por palmar, aquí ha palmado hasta el que, según la revista Forbes, es el hombre más rico del mundo. Incluso Warren Buffett se equivoca (Gestión 2000), de Vahan Janjigian, analiza qué, cómo y cuándo compra el llamado Oráculo de Omaha y deja como triste consuelo que incluso uno de los inversores mejor informados, una de las voces más críticas con Greenspan, también tiene tropiezos. Casualmente, la obra coincide en las librerías con una reedición actualizada de su biblia personal, El inversor inteligente (Deusto), escrito en 1949 por su profesor de Columbia Benjamin Graham.

Ya entre las obras que tratan de buscar una explicación capaz de llegar a todos cabe destacar Sobre el olvidado siglo XX (Taurus), en el que Tony Judt no aborda directamente las subprime pero sí analiza muy bien cómo se ha llegado a crear lo que algunos autores llaman «la religión de Wall Street» y cuál es su peso político, y, especialmente, El retorno de la economía de la depresión y la crisis actual (Crítica), de Paul Krugman. En éste, el último Premio Nobel de Economía -y Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales 2004- plasma las similitudes de este crack con el de 1929, tanto en su rápida difusión como en la aparente ineficacia de la medidas tomadas.

Los autores españoles, también metidos en harina de crisis, se han decantado por explicar cómo ha llegado ésta a nuestro mercado. A la oportuna quinta edición de la Guía del sistema financiero español, de Analistas Financieros Internacionales, se unen La burbuja inmobiliaria española (Marcial Pons), de José Luis Campo Echeverría; De la quimera inmobiliaria al colapso financiera, José García Montalvo; y ¿Llegó la crisis! (Ediciones Granica), de José Poal, que compiten con La crisis Ninja y otros misterios, Leopoldo Abadía. Este último no tiene -ni lo pretende- nada que ver con el esfuerzo técnico y documental de los otros trabajos, pero Espasa-Calpe ha visto el negocio en las campechanas explicaciones de este ex profesor de política de empresa del IESE convertido hoy, a sus 75 años, en todo un fenómeno mediático gracias a sus intervenciones en el programa de Buenafuente y a su blog.

Y entre tanta página, una ausencia. Nadie se atreve, ni echándole humor, a hacer pronósticos, a decir cuándo volverán los días de vino y rosas. De hecho, George Soros sentencia que «no pueden hacerse predicciones fiables», y si lo dice alguien como él, ¿para que más? Mejor cambiar de género y releer Las uvas de la ira a la espera de que algún futuro Steinbeck ponga nombre a las víctimas de todo esto. Que no sea el nuestro.