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Síndromes de invierno

El frío invernal se convierte cada año en noticia a causa de esporádicas nevadas que provocan el caos circulatorio en alguna parte del país y por la puntual llegada de la gripe que, en ocasiones, llega a convertirse en epidemia. Los efectos que las precipitaciones de nieve generan en el tráfico rodado, y que ayer llevaron al cierre durante cinco horas del aeropuerto de Barajas, resultan incomprensibles para el ciudadano que tiene razones para quejarse. Las previsiones meteorológicas no llegan a precisar la intensidad de una nevada en un determinado punto geográfico. Las alertas e indicaciones oficiales tienden a diluirse en medio de la diversidad de mensajes que llegan al público. Ello, junto al hecho de que muchos de los pronósticos más alarmantes no se cumplen y a la inclinación ciudadana a aventurarse en la carretera a pesar de las advertencias, conforma un cuadro difícil de administrar. Ni toda incidencia meteorológica es previsible, ni los inconvenientes generados por una nevada intensa tienen fácil solución. Pero lo que resulta inadmisible es que toda precipitación de nieve sobre zona urbana o sobre cualquier vial, por moderada que sea, acabe provocando un caos indescriptible. Los indicios de que en distintos lugares de España concurrieron fallos de imprevisión, reacción tardía, descoordinación y carencia de medios materiales y humanos exigen, cuando menos, una explicación responsable por parte de las instituciones competentes y más precisa que el evasivo «fallos de todos» de la ministra de Fomento, con la consiguiente adopción de medidas que eviten otro caos.

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La desigual incidencia de la gripe según autonomías y comarcas no ha impedido que los servicios de muchos hospitales y la atención primaria se estén viendo saturados e incluso colapsados. Los llamamientos de autoridades sanitarias y de especialistas médicos pidiendo a quienes padezcan síntomas gripales que traten en lo posible de superarlos sin acudir a hospitales o centros de salud no parecen surtir el efecto deseado. El malestar generalizado que provoca la gripe resulta tan aparatoso que hace comprensible el recurso a los servicios sanitarios, recurso que es del todo aconsejable por razones de avanzada edad, enfermedad subyacente o por ser lactante. Además, es lógico que el ciudadano eluda asumir una responsabilidad diagnóstica que considera propia de los médicos. De manera que sólo las directrices de una única autoridad sanitaria, más unívoca en cuanto a sus consejos, precisa al describir los síntomas de la gripe y tranquilizar sobre su naturaleza, y explícita a la hora de señalar aquellos colectivos que deberían adoptar medidas adicionales, podría contribuir a aliviar un problema -el de la saturación sin causa objetiva de servicios sanitarios- que en otro caso parece inevitable. Ello, unido a la perseverancia en la vacunación anual de los grupos de riesgo y a las prevenciones higiénicas, podría ayudar a que la desagradable infección gripal provoque menos efectos sobre la salud pública y genere menos costes directos e indirectos.