NADANDO CON CHOCOS

¿Y el bando de los buenos?

Alguien miró un día al cielo de la justicia terrena y constató que si los hijoputas volasen no se vería el sol. El principio sociológico es claro y rotundo, aunque dada la concentración de misiles voladores es difícil saber quiénes van a pie y quiénes por el aire. El combate entre el bien y el mal se ha suspendido por retirada de uno de los contrincantes. Ahora sólo lucha el mal contra el mal, dado que este siempre tuvo más ganas de bronca.

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En Palestina ha sonado la campana del enésimo asalto y ni al más necio se le escapa que a Israel se le va la mano con su Ley del Talión: ojo por ojo, misiles por petardos. Muy pocos defienden la chapuza sionista, la legalidad aguachirle del caso israelí. Nadie duda a estas alturas que un estado civilizado no bombardea hospitales ni escuelas aunque en ellas imparta clase el mismísimo Satán, que no está bien estrangular a un pueblo. Ni entrar en el salón del vecino, instalarse en su sofá y poner los zapatos llenos de barro encima de la camilla. Nadie.

El problema es que, además de a los enterradores y los enfermeros esta guerra da trabajo a los amantes de los bandos: o no encuentran a un ídolo al que adorar o se equivocan de raíz. Generalmente están en lo segundo. Por eso cuesta ver a parte del planeta sacar la cara a una organización terrorista como Hamas como si lo mismo fuera Cisjordania que Gaza, Rousseau que Robespierre. Casi tan ensordecedor como los estallidos de los misiles es el grito de la parte de la izquierda. De los que enarbolan la bandera de un gobierno -tan democrático como el de Hitler- que fusiona la religión y el estado, que encierra a las mujeres, que solamente desea destruir a un país. Algún demócrata convencido debería de sonrojarse al verse enarbolando la bandera de un estado que esgrime ante el mundo el argumento de una sábana con cinco criaturas en los brazos de Dios y que al día siguiente las educa para que estallen sus frágiles cuerpos en la parada del bus.