MIRADAS AL ALMA

Volver a Ronda

ARonda no se va se vuelve; como el viento y sus pajarillos que juguetean en los arcos de su hondo tajo, del abismo al cielo. No, a Ronda no se va se vuelve. Eso pienso como enamorado romántico del toreo, pues allí nació el buen concepto de donde bebieron otras fuentes tanto sevillanas como cordobesas para hacer de esa agua la suya. Ronda, la antigua; Ronda, la bandolera; Ronda, la guapa, la prisionera y la goyesca. Vive con esplendor en esta serranía malagueña, villa de romances robados, un espejo del sol con su albero resplandeciente a la que llaman Real Maestranza de Caballería de Ronda, la cual se me antoja como la plaza de toros más bella del mundo. Lo es para mis ojos y me lo canta el eco de su silenciosa música. Todo lo bueno tiene más eco que voz, pues la voz se apaga, mientras que el eco perdura resonante entre cuevas y pozos.

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Posee esta plaza de gastada piedra y simétricos arcos un encanto que más allá de ser mejor o peor, es único. Lo primitivo, lo eterno, lo añejo, vive aún prisionero en su albero, celoso de no dejarse mostrar con mayor albedrío. Ungida en la misma serranía, entre acacias de silvestres olores y montes majestuosos, Ronda es ese capricho que la propia naturaleza se permite para ser gozo y goce de viajeros que terminan rendidos a su luz y al vértigo de sus vistas.

La única traba de esta plaza, pienso, es haber sido más seña que santo de una familia que, si bien le dio gloria y sentido a su tauromaquia, nunca permitió ser más abierta y libre a otros sentires toreros, quizás llevado por un celoso ímpetu de engloriación propia, la cual les llevó a crear un cerco a una sangre y una estirpe. Ninguna plaza debería ser feudo de una familia por obligación, sino por devoción. Siempre he sentido a esta plaza prisionera, presa de una cierta arrogancia. ¿Dejad a los crisoles ser libres, salvajes y espontáneos! Y que decidan éstos su concepto, sentido y sentimiento. Con todo ello, cadenas, grilletes y algún fantasma a Ronda no se va, sino que se vuelve. Pues es por litúrgico derecho, templo luminoso del toreo soñado.