Opinion

¿Sorpresa?

Hay quienes no se han cansado estos días de mostrar su estupor porque los compañeros de la partida de mus a la que acudía diariamente Ignacio Uría, la última víctima de ETA, se pusieran a buscar, sin pensárselo dos veces, un suplente tras su asesinato. A uno es que, a estas alturas del curso, ya ciertos estupores, ciertas perplejidades, ciertas sorpresas hasta le molestan.

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

¿Para qué ha servido toda la denuncia de la situación vasca que se ha hecho en estos años, todas las voces que se han alzado del movimiento cívico, toda la bibliografía de la resistencia al nacionalismo totalitario que se ha escrito? ¿Es que toda esa gente que ahora se sorprende tanto estaba en Babia o hacía pira durante el cursillo intensivo de miseria humana al que hemos asistido en las últimas décadas? Mucho más escandaloso que la indiferencia de esos 'forofos del mus' es el propio odio a las víctimas y a los amenazados que hemos visto manifestarse impunemente un día y otro, el 'José Luis, jódete' a López de Lacalle o el 'ojalá te mueras' a Antonio Aguirre, los insultos, las sonrisitas diarias, las miradas ésas rabiosas, insidiosas, babosas que constituyen la cotidianidad de la vida vasca. ¿Pero de qué sorpresa estamos hablando!

La indiferencia, de este modo, no es más que un escalón dejado atrás hace tiempo. La indiferencia es más vieja que la tiña. La indiferencia no es un patrimonio de Azpeitia ni un rasgo específico vasco, como ahora se pretende. Uno se niega a reconocerla como rasgo autóctono después de lo que ha visto en la pasada legislatura, la del 'proceso', y de lo que ha seguido viendo después, que ha sido aún peor. La indiferencia de esos paisanos de Azpeitia es la de los que juegan al mus en la sede socialista de Alcorcón o Getafe y la de toda esa peña que llamaba izquierdismo a bramar contra las víctimas. Uno hace cinco años se avergonzaba de ser vasco, pero ya se le ha quitado ese complejo provinciano. Hoy me avergüenzo de ser español porque la supervivencia de ETA durante tres décadas de democracia es un fracaso colectivo de dimensión nacional. Hemos fracasado como nación moderna.

He hablado de los nacionalistas y los socialistas pero aquí no se libra nadie. Después de los horrores y los estupores de la primera legislatura del zapaterismo quedaba lo mejor: la descomposición fratricida de la propia derecha española, la metarmofosis de ciertos personajes erigidos como referentes éticos en lobos y serpientes, el 'yo represento las verdaderas esencias morales del PP', el 'yo estoy más amenazado que tú', los intereses personales y la falta de sensibilidad asqueante, las víctimas yendo contra las propias víctimas y contra sus compañeros de lucha... ¿Sorpresa lo de Azpeitia?