MEMORIAS DE LA FRONTERA

El rastro de Mairena llega a Cádiz

Cómo no recordar a aquel Antonio Mairena con su camisa guayabera y de la mano de Jesús del Río en aquellos primeros tiempos de la Peña Enrique El Mellizo que impulsó el grupo Marejada en el Cádiz del tardofranquismo? Quizá ocurre que de Triana a Cádiz hay que pasar por Mairena, como tituló Manuel Martín Martín en la conferencia de clausura del ciclo sobre el cantaor el sábado y en el que se oyó la voz plural y mairenista de Antonio Reyes.

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En vísperas de los actos del centenario del nacimiento de Antonio Cruz García (Mairena del Alcor, 1909-Sevilla, 1983), no viene mal este aperitivo gaditano si se tienen en cuenta los fuertes lazos del cantaor con la provincia, desde su residencia ocasional en Algeciras a su amistad con Francisco Vallecillo o con Quiñones, quien le definiría así: «En el plano de los cantaores, Mairena es, pues, la columna vertebral con que hoy cuenta la andante flamencología y se le debe el acarreo de no menos de veinte modalidades perdidas y recuperadas por él. Sin embargo, no lleguemos a formarnos de él la imagen de un frío estudioso con buenas facultades; hablamos de un artista y no de un sabihondo dueño de una voz que le permite volcar su sabiduría. Incluso sospechamos que es el último creador con que contamos». Esa sospecha sabia de Quiñones hacía alusión a ese perpetuo ejercicio de modestia que puso en práctica Mairena al atribuir a los ancestros variantes cantaoras de su propio ingenio. Desde noviembre, bien en la Peña o en Diputación, voces autorizadas han explicado los parámetros artísticos que le marcaron y que conforman su legado.

Fueron los casos de los investigadores y divulgadores como Onofre López, Juan Manuel Suárez Japón, Pilar Paz, Eduardo Márquez, José Manuel López, el imprescindible Luis Soler y el orador del pasado jueves, Antonio Reina, presidente de la Fundación que lleva el nombre de la penúltima Llave de Oro del cante flamenco. Se sumaron al acontecimiento numerosos artistas, desde Nano de Jerez a Raúl Gálvez, Gema Jiménez, Antonio Ortega, José León de Mena, Rubito de Paradas y María Mezcle o toques como los de Eduardo Rebollar, Niño de la Leo, Niño Elías, Manuel Herrera, Antonio Higuero y Víctor Rosa.

La obra de Mairena ha envejecido relativamente bien, sobre todo porque el paso del tiempo ha ido humanizando la peana de cuasi-divinidad que se le erigió durante los últimos años y que ocultaba en gran medida lo mejor de su biografía: su condición de luchador a quien nadie regaló nada sino que ganó a pulso cada céntimo y cada centímetro de fama. El propio Vallecillo recordaba los problemas que Mairena afrontó por sus convicciones republicanas bajo una dictadura infame. En gran medida, a partir de su controvertida obra Mundo y formas del cante flamenco, escrita en colaboración con el poeta Ricardo Molina, se erigió en un símbolo de la regeneración del jondo. Y, en ese contexto, recibió encendidos elogios por parte de la crítica y de escritores de esta misma provincia como Caballero Bonald, quien le calificó como «el mejor cantaor contemporáneo y una de las grandes figuras de toda la historia del flamenco». Manuel Ríos Ruiz fue uno de quienes, a su muerte, se sintieron tan huérfanos como el flamenco, «porque lo representaba tan unánimemente, de una manera tan total, que por mucho que miremos alrededor de su mundo no encontramos, por ahora, otro patriarca».

Arte amigo de la polémica, siempre se mantuvo una cierta diatriba entre su figura viva o muerta y la de otros creadores, en especial, Manolo Caracol y Camarón. Hoy, más allá de las críticas que siguen suscitando algunas de sus teorías, existe cierta unanimidad de criterio a la hora de aceptar que casi todos los caminos del quejío suelen llevar a la belleza. Así, los paladines del mairenismo han ido aceptando la valía subjetiva de sus oponentes y, a la contra, incluso Ricardo Pachón -el productor Lole y Manuel o Pata Negra- rinde con frecuencia tributo a aquel niño del fragüero Rafael a quien Manolo Sanlúcar recuerda medio apoyado en la escalera del bar que Pepe Pinto tuvo en La Campana de Sevilla y en donde le oyó tocar la primera vez que salió de Barrameda junto con un cantaor al que llamaban El Quija. Desde entonces ha llovido mucho y como afirma Aquilino Duque, otro gaditano vocacional, Mairena simboliza «hasta qué punto en la tradición y en el rescate creador de los cantes matrices, la invención se funde y se confunde con el recuerdo».