NOTICIAS. La prensa de la época se hace eco de los graves incidentes que ocurrieron en Cádiz en mayo de 1808. / HILDA MARTÍN
Cultura

Versión local del mayo sangriento

La ciudad vivió una violentísima revuelta contra el francés que llevó el caos a sus calles en 1808 con unas horas de anarquía que la Iglesia y la prudencia de Morla supieron frenar

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El 3 de mayo de 1808, don Gonzalo O'Fairill, secretario de Estado del Despacho Universal de la Guerra, hace saber a todo el pueblo español la siguiente proclama referente a los acontecimientos del 2 de mayo en Madrid.

«Don Manuel Lapeña capitán general del Ejército de Andalucía y gobernador militar y político de esta Plaza. Hago saber a todos los habitantes de esta ciudad de Cádiz, que el excmo. señor don Gonzalo O'Fairrill, secretario de Estado y del Despacho de la Guerra, me dice con fecha de 3 de mayo de este mes lo siguiente:

Un incidente provocado por un corto número de personas desobedientes a las leyes, ha causado ayer un alboroto en esta Corte, cuyos resultados podían haber sido funestísimo para todo el honrado y distinguido vecindario de esta villa, si la prudencia y patriotismo de los consejos, alcalde de la Corte y demás jueces dirigidos por la providencia de la Suprema Junta de Gobierno no hubiera logrado contenerlas dejando restablecida la tranquilidad antes de que anocheciera.

Que este triste ejemplo sea el último de esta especie que los pueblos experimenten, que los encargados de velar sobre su tranquilidad y buen orden penetrado de esta común necesidad, activen sus providencias y se ocupen incesantemente en dirigirlas a tan importante objeto, son los deseos de la Junta y en su consecuencia previene S. A. el señor infante don Antonio, con acuerdo a la misma, que al recibo de este pliego se junte a la Real Audiencia para acordar su pérdida de un sólo instante, cuanto conspire a que sea inalterable la buena armonía con las tropas francesas y a liberar al pueblo de los errores o celo mal dirigidos capaces uno y otro de acarrearles desgracias y de envolver en su ruina la parte más inocente del vecindario. Quiere igualmente la Junta de Gobierno que V. R. instruya a los obispos, a los prelados de comunidades, a los párrocos, a la nobleza toda y a la justicia de sus distritos las disposiciones que haya dado sobre tan esencial asunto y considerándolas para que contribuyan eficazmente a su logro por todos los medios de autoridad de consejo y de influjo que las parte de su Magisterio.

Recomiende V. E. que en los pueblos por donde transiten las tropas francesas se siga como hasta aquí franqueándole generosamente cuantos auxilios necesiten y que la justicia tome bajo su especial protección a cualquier individuo de dicha nación que se halle insultado o atropellado, administrándole pronta y severa justicia.

Por ultimo y para que V. E. pueda en un todo seguir la pauta que he adoptado para su conducta la Junta de Gobierno, infunda a V. E. en todos los habitantes del distrito de su mando la esperanza de que nuestro soberano no conoce ni forma rato más vivo y sincero que el de la felicidad común de toda la nación, la integridad de su territorio, los privilegios de su provincias, la conservación de sus clases, y el respeto inviolable de la propiedad.

Lo que le traslado y notifico a esta noble y muy leal vecindario para que haciéndose público, descansen todos con la seguridad que nuestro digno soberano y la Junta de Gobierno, de procurar y de conseguir la felicidad de la nación y la tranquilidad y sosiego de sus amados vasallos, despreciando con constancia y loable resignación cuantas noticias en contrario inventara la malicia o la ignorancia. Cádiz 7 de Mayo de 1808. Manuel Lapeña». Morla, gobernador militar de la plaza de Cádiz, anima al pueblo gaditano después de los acontecimientos ocurridos en Madrid, a la defensa de las tropas francesas, a que se le brinde todo el apoyo que merecen. Insiste en que sean recibidas como saben hacer los españoles, que ofrezcamos nuestra mejor hospitalidad en nombre de nuestra alianza con Francia y el apoyo recibido por esta frente a las tropas inglesas.

Será cuestión de tiempo que el mismo Morla se vea obligado a explicar a los gaditanos el engaño y la traición a la que había sido sometido; la crueldad para con Fernando VII y la familia Real por parte de Napoleón, será el inicio de una historia plagada de proclamas y bandos que yacerá por siempre en la memoria de la historia de nuestro pueblo, con el objetivo claro de favorecer la defensa de los valores patrióticos que sustentaría la guerra.

Las cartas están sobre la mesa. Los barcos franceses supervivientes de la Batalla de Trafalgar, reposan y curan sus heridas en las aguas de la Bahía. Los barcos ingleses merodean en la costa continuando con el bloqueo. Dura decepción: los avatares y las conjuras políticas convertirán aliados en enemigos y enemigos en aliados.

El 28 de mayo de 1808 el conde de Teba se presentaba ante el general Solano con una misiva de la Junta de Sevilla. El propósito de ésta era que las tropas a las que mandaba se unieran al alzamiento que ya se estaba produciendo en toda España contra las tropas francesas. Las dudas se disiparon entre el pueblo cuando apreció los cambios vertiginosos que se producían en las relaciones con Francia.

Don Francisco Solano Ortiz de Rozas nació en Caracas de familia noble. Llegó a Cádiz con el cargo de gobernador militar de la plaza, después de haber destacado en diversas campañas militares por sus dotes de mando como en las campañas de Orán y la guerra contra Portugal.

La invitación al general de participar en la leva y en el alistamiento de los gaditanos, le provocó el deseo de unirse al pueblo de Cádiz que ya gritaba en las calles la guerra a Francia. Sin embargo la Bahía, desde 1805, estaba llena de navíos franceses que intentaban arreglar los enormes desperfectos que les habían ocasionado su lucha constante contra los ingleses. Más que navíos potentes se trataba de brulotes y pontones flotantes que usaban como presidios que, mezclados con la flota española, según una estrategia del almirante Rosilly, podía ocasionar una batalla terrible para la ciudad y para los pobladores de la Bahía. Además al fondo acechaban los navíos ingleses del general Purvis, enemigos tradicionales que bloqueaban la Bahía. En pocos días los enemigos pasarán a ser aliados.

El general advirtió a la Junta, que el deseo inusitado del pueblo por atacar a dichos barcos, depararía nefastas consecuencias para la ciudad. Una y otra vez intento calmar los ánimos de los gaditanos que vieron en esto un apoyo por parte de Solano a las fuerzas francesas.

Accedió a convocar el alistamiento solicitado por la Junta y a petición del pueblo, pero no obvió en su escrito su rechazo a provocar un clima de violencia que sería nocivo para la ciudad. Accedió y dejó sobre su mesa el bando listo en el que se daba cuenta del inicio de los contactos con las tropas inglesas, pero al pueblo solo se le hace llegar que «los acontecimientos no permiten declarar la guerra a Francia».

El 29 de mayo, el pueblo pedía a gritos que se declarara la guerra a Francia e intimara la rendición de las naves francesas atracadas en el puerto. Pero a pesar de las promesas por parte del general de que así se haría, el pueblo entendió que al no cumplirse dichas promesas, tenía el derecho y debería tener el valor de hacer justicia por sí solo.

Así, de forma tumultuosa, se dirigió hacía el palacio de Capitanía, que se encontraba el la Plaza del Pozo de Las Nieves, bien provisto de armas conseguidas en el asalto a la armería y al Parque. El objetivo era apresar al traidor.

Al grito de «¿a la horca, a la horca !», derribaron las puertas a cañonazos y haciendo huir al general por las azoteas hasta la casa del banquero irlandés Strange.

La señora de Strange, proporcionó dentro de una hornacina que había en la casa un refugio para sus aprehensores, pero, lograron hacerse con él, porque uno de los amotinados sabía de dicha hornacina en la casa, y arrastrando al general hasta la Plaza de San Juan de Dios, sufriendo en el camino todo tipo de vejaciones, in-sultos y ataques. Su destino era la horca, algo terrible para un hombre de su condición militar. Entonces Carlos Pignatelli, amigo del general, o atrevido insurgente, con una cuchillada certera le atravesó el corazón, impidiendo que terminara sus días como un simple malhechor.

Su cadáver quedo tendido en la calle, siendo el canónigo Magistral Cabrera el que lo recogerá y lo llevará a la Catedral Nueva desde donde al siguiente día será llevado al cementerio, nicho 42 de la quinta fila en la línea del Este del patio tercero.

La ciudad queda presa de los amotinados y ebrios del furor que produce el griterío incontrolado y la sed de justicia, abrieron las puertas del presidio y de las cárceles a los criminales, lo que aumentó el tumulto y la consternación. Sólo la intervención de los Capuchinos frenó y controló la situación.

A las once de la noche, Tomás de Morla, envía al tesorero de la Aduana don José Brun, al convento de los capuchinos, para comunicar al padre guardián fray Mariano de Sevilla lo que textualmente recoge en su libro el padre fray Ambrosio de Valenciana:

«Atendiendo al aspecto terrible que presentaba el pueblo amotinado, amenazando por todas partes con las mayores desolaciones y desastres, tuviesen a bien salir con la comunidad, a fin de contener en lo posible los tantos excesos y evitar las fatalísimas consecuencias que se temían».

El padre Guardián, reunió a toda la comunidad y explicó la situación y la petición que un general Morla desesperado le hacían. Tan terrible debieron parecer los acontecimientos a los frailes, que decidieron en aquel mismo momento salir en procesión de rogativa y penitencia, cantando letanías por todas las plazas y calles, dirigiéndose sobre todo a aquellos lugares donde había mayor alboroto.

En la puerta de la Aduana se encontró con todos los hombres principales de Cádiz y fue entonces cuando el padre fray Mariano de Ronda que era maestro, exhorto a la tranquilidad y al orden apaciguando el motín.

Al día siguiente, 30 de mayo, el tumulto y el sobresalto se acentuaron y con cañones incluso de grueso calibre, impusieron el terror en las calles. Se cometieron tan graves excesos que nadie estaba a salvo. Los presos del Castillo de los Mártires habían sido liberados e intentaron hacer lo mismo con las mujeres recluidas en la casa de corrección.

Nada parecía poner fin al deplorable estado en el que se hallaba la ciudad, cuando el R. P. Guardián, que regresó a la Aduana para entregar a Tomas de Morla unos papeles que había podido rescatar de la casa del general Solano antes de que ésta fuera quemada, fue avisado del peligro inminente en el que los acontecimientos, atropellamientos, desordenes, robos, asesinatos, incendios, ponían al resto de los ciudadanos y honrados vecinos en medio de un pueblo entregado a la anarquía, entregado a la venganza y a la codicia.

«Si la Iglesia no logra disipar este inmenso gentío armado y tumultuante preveo juntas todas las desgracias». Morla

La intención era repetir la procesión del día anterior, que logró apaciguar los ánimos. Se encaminó al convento y junto al resto de la comunidad, decidieron estar dispuestos a cualquier sacrificio por la tranquilidad pública, de hacer el último esfuerzo por la seguridad de Cádiz y por evitar que mancharan de sangre sus calles.

Se volvió a formar la procesión, el guión de María Santísima delante, y detrás de la comunidad un crucifijo. Por la Calle de San Bernardo hasta el campo que estaba frente a La Caleta, donde los amotinados con artillería se disponían a asaltar las casas principales. R. P les presentó el crucifijo, y ante una exhortación eficaz y piadosa, dejaron los cañones y se unieron a la misma, por todas las calles principales hasta San Juan de Dios, lugar donde volvió a predicar sobre la necesidad del orden como principio para empezar a pensar y a actuar.

Juró fidelidad a Fernando VII en el nombre de Cádiz y toda la multitud le acompañó con gritos y vivas. La fuerza con la que violentamente habían tomado la ciudad se transformo, en minutos, en el más profundo sentimiento patriótico en contra de Napoleón.

Desde la Aduana y delante de los nobles y hombres ilustres de la ciudad, habló sobre el peligro que corría la ciudad abandonando la vigilancia del puerto, mientras se dedicaban al pillaje y la insurrección. Clamó a favor de mantenerse unido, dando noticias de la cercanía de las tropas francesas prestas a entrar en Andalucía. Y de la necesidad de nombrar un gobierno, que nombraran un jefe en el que se reconociera toda la autoridad gubernativa. Todos vitorearon el nombre de Morla, erigido Gobernador y Capitán General.

Pero era importante algo más, había que entregar las armas y, allí mismo, fusiles, pistolas, sables y otras armas, fueron cayendo a los pies de los frailes y aquel mismo día y el siguiente se siguieron entregando en el convento. Se les entregaron hasta las llaves de la Cárcel Real que la tenía el pueblo, y los presos fueron restituidos a sus prisiones.Pasados aquellos días, se restableció la tranquilidad pública y se formó una Junta Provincial, compuesta por representación publica de la ciudad y del clero secular y regular.

Tomás de Morla, firmó y proclamó el bando que el General Solano había escrito antes de morir.

Se dispusieron medidas enérgicas e importantes para la defensa de la ciudad: bandos de alistamiento,levas, y se intimó a la rendición de la escuadra francesa. Roselli, entregó, sus buques y sus armas. La ciudad se preparó para la guerra.