EL FISCAL

Ponlo rojo, hijo...

Quiero hoy contarles una historia, verídica por supuesto, como diría el bueno de Paco Gandía, que les ilustre sobre el arte y la guasa que hay en el barrio de San Miguel. Un barrio que está dominado por dos miradas, por dos amores que nublan los sentidos, Esperanza y Valle. Valle y Esperanza. Dos formas diferentes de entender el amor a María, pero un mismo sentimiento hacia la Madre de Dios.

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A las ocho de la tarde estábamos unos cuantos locos en la Cruz Vieja, esa pequeña plaza donde Maypa y Lola Flores marcan el tiempo. Habíamos quedado un grupo de cofrades de diferentes hermandades porque queríamos hacerle un regalo a la Virgen. Ahí estaba el bueno de Lolo Becerra, al que se le quedó para siempre el Gordo, Jesús Lineros, un mayordomo como la copa de un pino, uno de esos cofrades que ennoblecen a las cofradías y a los que tenemos la suerte de preciarnos de su amistad, y los amigos de las Angustias, los que nunca fallan.

El objetivo parecía sencillo; era poner unos cien metros de alfombras de sal teñida, que abarcaran desde la calle Molineros hasta la calle Galván. Un juego de niños, si no fuera porque el que diseña todo esto era Juan del Castillo, posiblemente el cofrade más puntilloso que pueda existir por estos lares. Y ahí empezó la guasa, porque estábamos ya con todas las alfombras planteadas en el suelo, y el Castillo sin llegar.

Así que se decide empezar sin él, y Lineros se pone blanco como la cal. No, no... Sin Juan no empezamos, que yo lo conozco, dice el tío. Y ahí estuvimos, parados, un buen rato, para que Juan del Castillo comprobara que la tintada de sal era la correcta para desarrollar la idea que tenía en la cabeza. En estas, que aparece Juan del Castillo con unos zapatos de deporte, (siempre va impecable, con su teba y su corbata), un jersey a la caja, una chaqueta y una bufanda como si fuera un fular de artista sobre el cuello, despeinado de los pocos pelos que le quedan y con una sonrisa de oreja a oreja... Una hora tarde. Y se me ocurre decirle que parece Falete, y que si ha llegado tarde porque le han raptado, que le estamos esperando, y que vamos al tajo...

Guasa, por un tubo, con lo de Falete toda la noche, como pueden ustedes imaginar. Pues cuando Falete comprobó que los colores eran correctos, comenzamos a ponerlos en el suelo, y claro, llega el lío. Todo el mundo preguntando qué color poner en cada alfombra. Uno, que ya ha puesto alguna que otra y sabe que cualquier color resulta sobre el blanco, le dice a la chiquilla del Soberano Poder (de arte esta hermandad y su gente, gracias siempre) que le requirió su ayuda que ponga un verde muy bonito que ha salido, un verde esperanza... Y se levanta un chavalote, imagino que sería del Valle hasta la médula, indignado, y me dice, con toda la guasa y el arte que ustedes puedan imaginar: «Ponlo rojo, cohones...».

No sé exactamente de qué color se puso, la verdad. Hubo incluso quien pidió que se pusiera una alfombra rojigualda, cuando ya habíamos hecho unas pocas de visitas a Paco en el Maypa para repostar. Dos miradas, como decía. Dos maneras de entenderlo todo. Bajo el rojo de la Pasión, o bajo el verde de la Esperanza. Qué suerte tenemos en mi barrio... Y qué arte de noche.