Editorial

Propuesta la paz

L La renuncia de la presidenta del partido Kadima y ministra de exteriores israelí, Tzipi Livni, a formar un gobierno de coalición a la vista de las exorbitantes exigencias de los sefardíes del Shas conduce a una elecciones anticipadas en Israel que posponen, contra el calendario pretendido por Bush, el proceso de Anápolis para alcanzar una paz definitiva con los palestinos. Livni declaró con firmeza: "no venderé el futuro de Israel por el sillón de primer ministro ni aceptaré el chantaje de demandas económicas o diplomáticas inaceptables". Así explicó su rechazo a las peticiones del partido populista de los sefardíes en manos de un colegio de rabinos que, como siempre, había demandado como pago a la contribución de sus indispensables doce escaños en un parlamento de 120 una factura que esta vez la designada para intentar la formación de un nuevo gobierno no quiso abonar. El Shas pretendía obtener cerca de quinientos millones de dólares para el desarrollo de su red asistencial comunitaria, que se extiende a modo de un pequeño estado dentro del Estado israelí. Aunque, más allá de esta dimensión propiamente doméstica, es necesario señalar que la exigencia "diplomática" de los sefardíes del Shas se refería a la exclusión de Jerusalén de toda negociación con los palestinos.

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Tzipi Livni no se ha quedado sola en su negativa. Pero es posible que su firmeza se proyecte ante la opinión pública también como incapacidad y contribuya a dar la razón a las encuestas que pronostican la victoria del Likud de Benjamín Netanyah, del que proceden tanto la propia Livni como su formación, Kadima. Pero lo más relevante del episodio es que una vez más el cortoplacismo propio de la política israelí se impone a la negociación más a largo de una paz duradera, como si nada nuevo estuviera sucediendo fuera de la estrechez de sus círculos políticos: ni la elección de un nuevo presidente en EE.UU., ni el riesgo de otra eventual Intifada, ni la Iniciativa Arabe de paz que parecía, por fin, resucitar. A lo sumo la campaña electoral israelí volverá a situar la cuestión palestina como telón de fondo de una liza cuyo resultado final bien podría enterrar, incluso formalmente, el proceso de Anápolis.