VUELTA DE HOJA

Las paredes oyen

Recomendaban mis difusos antepasados árabes -se ruega no confundir a los que hicieron la Alhambra y la Mezquita con los que ahora venden relojes digitales por las playas- que supiéramos mantener la boca cerrada si no tuviéramos algo que decir que mejorara el silencio. Las paredes impávidas no sólo oyen, sino que lo cuentan. ¿Cómo se puede ser tan tonto como para creer que los micrófonos se cierran? Se cierran los cajeros automáticos, los tratados, las relaciones internacionales, incluso las molleras, pero esos artilugios están funcionando siempre. Lo registran todo, incluso la necedad del registrador de la propiedad y aspirante a presidente, señor Rajoy. Por la boca muere el pez más tonto del copo.

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Que nadie busque disculpas, ni llame descuido a lo dicho a micrófono cerrado y cerebro abierto. «Mañana tengo el coñazo del desfile». Naturalmente, los actos son más aburridos mientras más solemnes se pretendan que sean. El Día de la Fiesta Nacional debiera durar menos, del mismo modo que el orgasmo debía durar más.

El tiempo, que es nuestra sustancia, está mal graduado. Ojalá fuesen más breves los trayectos en ascensor con desconocidos y más largas las subidas por las escaleras, que está claro que son lo más emocionante de las citas de amor. Pero las cosas siendo como son y no se puede ofender, después de envolverse en banderas, al Ejército, que ha sido el linaje más sacrificado, más leal y más decisivo durante nuestra revisada Transición.

Para coñazo sus discursos, señor Rajoy. Muy torpes y muy obcecados, perdón por la redundancia, tienen que ser los que crean que un señor así puede subyugar al pueblo español en las próximas elecciones. Que se froten las manos pecadoras los que aspiren a sustituirle. Le traicionarán, como a él le ha traicionado su subconsciente.