LOS PELIGROS

La militancia

Manejo estadísticas que aseguran que más de la mitad de los españoles no hablan nunca de política.

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En este panorama doblemente injusto reconozco mi admiración por quien dedica una parte importante de su tiempo en defender sus ideas políticas. La militancia en una sociedad tan resignada y, a la vez, tan increíblemente autosatisfecha, está mal vista. ¿Se puede estar todo el día pregonando que se vive en el mejor lugar del mundo y, al tiempo, estar quejándose por todo? Se puede. Y, además, defender que eso es lo que hay, que no hay remedio posible, que cualquiera que venga vendrá a forrarse, a colocar a los suyos. Vivimos, con absoluta normalidad, en una calumnia generalizada que salpica, sin distinción, a todos los políticos, tengan puesto oficial o una sencilla militancia de base. De éstos quiero hablar. Aunque la inmensa mayoría de esos afiliados, más de 700.000 al PP o más de 350.000 al PSOE, por pura lógica matemática, jamás alcanzarán un cargo público; cualquier desconocido se permitirá acusarlo de arribista, cualquiera dudará de que sea capaz de tener una opinión personal sobre los problemas, cualquiera lo descalificará con lo del carné en la boca, cualquiera lo imaginará disfrutando de las ventajas del trato de favor. Como en una suerte de hermandad del mal, unos a otros haciéndose llamadas para repartirse el botín, las subvenciones, el trabajo para los hijos, la aniquilación de vecinos molestos. Lo verdaderamente raro es que, si la mayoría resignada piensa que esto es así de sencillo, no esté militando todo el mundo en algún partido. Es hasta barato. Por 48 euros anuales usted mismo puede afiliarse al PSOE, o por sólo 20 euros al PP, y dedicarse, según dicen, a una vida regalada. No debe ser tan bonito porque sólo el 2 % está afiliado a algún partido. Pasa igual en los sindicatos, que todos fantasean con las ventajas de la liberación sindical, pero apenas un 17 % está afiliado. ¿Es sólo mala lengua? Un dato aún más estremecedor, publicado en un estudio sobre la corrupción en España: el 60 % de los ciudadanos desconfía de los demás, de todos. Según ese estudio, esa combinación de votantes desinformados y desconfiados entre sí dificulta que se le pueda exigir, organizadamente, honestidad al poder y hace que la burocracia también se contagie de desconfianza, volviéndose opaca. Ya vemos aquí lo que les cuesta enseñar un expediente municipal a la oposición.

Creo, sinceramente, que la mayoría de quienes deciden afiliarse a un partido lo hacen para mejorar la sociedad, con sus ideales. Y que acceder a un cargo no implica, necesariamente, abandonar esa buena intención de mejorar la sociedad. Ni siquiera la militancia supone siempre una ventaja. Al contrario, para muchos profesionales resulta más beneficioso mantenerse en una cierta ambigüedad para acceder a ciertos cargos institucionales como independientes de consenso, evitando significarse lo bastante como para provocar algún rechazo. Es el triunfo de los tibios, de los que no molestan. De la política descolorida. Por eso me gustan los signos de vitalidad interna de los partidos. La militancia que asume su trabajo.

Estamos en una democracia tan por desarrollar que se confunde vitalidad con crisis. En Cádiz, el partido socialista vive un proceso electoral interno normal, aunque algunos lo cuenten como una trifulca. Sólo echo en falta que la llamada alternativa crítica presente un programa en lugar de desplantes personales. En todo caso serán los afiliados, tan ligeramente tachados también de manipulables, los que decidirán qué prefieren. Normal. Estaría bien que esa activación de la política se contagie.