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¿Podrá Obama?

Aclamado y elevado a los altares del partido por una convención demócrata modélica en organización, repercusión y brillo mediático, Barack Obama pronunció su discurso de aceptación de la candidatura presidencial sin salirse un ápice de su tono: llega el cambio, podemos lograrlo, adiós a la vieja política Pero apenas se apaguen los ecos del acontecimiento y la segura subida en las encuestas vuelva a la normalidad del empate técnico en el que más o menos están ahora, la viejísima política hará su aparición y el partido en bloque se pondrá a la tarea de aclarar al respetable público que McCain y Bush son intercambiables y que votar al candidato republicano es votar más de lo mismo.

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Los estrategas del partido y del candidato, que se han mostrado hábiles y tácticamente solventes, saben que el programa de renovación y esperanza, la nueva frontera del John Kennedy de 43 años en 1960, debe pasar al BOE de algún modo. A Kennedy le hizo el fin de la segregación racial y la mejora de los derechos sociales su oscuro vicepresidente, Lyndon B. Johnson, que le sustituyó a su muerte e impuso una inolvidable legislación federal al respecto.

Obama supo en seguida que él tenía en su condición de joven (47 años) y novicio (dos años en el Senado) dos armas letales y que Hillary Clinton, del mismo partido, era percibida como parte del lejano y poco recomendable Washington e incapaz de representar, por veterana, profesional de la política y acomodada, el presuntamente anhelado cambio. Además, Hillay, como casi todo el mundo en 2002, votó la guerra de Iraq y Obama no era senador todavía, aunque en la legislatura de su Estado, Illinois, se manifestó en contra de la eventual invasión. Todavía no fue del todo un discurso electoral en procura de votos. Pero así deberán serlo desde hoy cuando, bajo la protección extrema del Servicio Secreto, empiece la ardua tarea de convencer al público en general, no al entregado auditorio de un estadio de Denver