CALLE PORVERA

Curso intensivo de sombrillismo

A lo largo de la sección de hoy me voy a saltar dos normas autoimpuestas: la primera es que no hablaré de libros; la segunda, que la palabra sombrillismo no está registrada en el diccionario. Me la he inventado durante un divertido proceso de observación en vacaciones: las técnicas playeras de instalación de sombrillas en la arena.

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Hay modalidades para todos los gustos (anímense, resulta muy entretenido contemplar la colocación de uno de estos parasoles). Una de ellas es la que suele protagonizar un señor con barriguita que se dedica a llenar bolsas de arena y amarrarlas con una cuerda para evitar que el levante haga de las suyas. Además, coloca piedras en la base de la sombrilla y encima, las chanclas de toda la familia, como en un mercadillo de todo a tres euros.

Otras veces, el turista playero -éstos suelen ser más jóvenes, no sé por qué- coloca los dos extremos de la sombrilla y la abre y, de esta guisa, intenta clavarla en la arena, con el consiguiente y lógico fracaso. El parasol abierto se bambolea de un lado a otro y dificulta la operación al que intenta demostrar a sus vecinitas de toalla su pericia con el instrumento.

La modalidad más tronchante que he presenciado es la que protagonizó un grupo de jóvenes perfectamente pertrechado para un día de sol y mar. Habían comprado incluso esas bases de plástico de colores que se acoplan a la sombrilla pero no entendieron bien su mecanismo. Sentados en la arena, esperaron a que la sencilla pieza se introdujera solita en el suelo como si fuera una taladradora eléctrica. Los atónitos espectadores tuvieron que socorrerlos y enseñarles que, por mucho que avance la ciencia, sigue haciendo falta un poco de fuerza y cierta maña para no acabar el día con el color de un carabinero a la plancha. vmontero@lavozdigital.es