A CADA UNO LO SUYO

Tierno amor metálico

Como el paso ocasional de los cometas por el cielo nocturno, así se presenta a los humanos, de vez en cuando, la posibilidad de ver iluminada su gris existencia por la estela colorida y llena de esperanza de una magnífica obra de arte. Nuestra oportunidad en este momento, y puede que falte mucho para que tengamos otra, está en el cine más próximo, y se llama WALL-E. Simplificar esta película llamándola «de dibujos animados» o «infantil» es no entender que se trata, simplemente, de buen cine, es decir, el que hace soñar, reír y llorar. WALL-E no es para niños, aunque se queden hipnotizados frente a la pantalla, y tampoco para adultos; en realidad, se trata de una maravillosa fantasía hecha para el niño que los adultos llevamos dentro, y por ello nos derrota sin paliativos en todos los frentes: en la mente, en el alma y, sobre todo, en el corazón. Porque si tuviésemos que inscribir esta película en un género, no sería el de la ciencia ficción, sino el romántico.

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La Tierra lleva siglos vacía de personas porque estaba demasiado llena de basura para que se pudiera vivir en ella. No queda nada que acompañe a los desperdicios, salvo un robot basurero olvidado por todos. Sin embargo, a lo largo del tiempo, aprendiendo de viejas cintas de vídeo y otros desperdicios, el pequeño cachivache metálico ha desarrollado sentimientos y una sencilla conciencia de sí mismo. Está triste porque sabe que está sólo, y en su patética búsqueda de compañía tan sólo logra, además de despertar nuestra compasión, la amistad de una cucaracha tan necesitada como él. Pero todo cambia cuando del espacio lejano llega una novísima sonda exploradora en busca de vida. Una robot que da sentido a la vida de WALL-E y le hace iniciar, y a nosotros con él, una aventura inolvidable: la búsqueda del amor para la máquina, y la búsqueda de un sentido a la existencia para lo que queda de los humanos, después de siglos de frívolo hedonismo infantil y obesidad ignorante. Con tierna acidez e inocente ironía, WALL-E nos enfrenta a un espejo en el que vemos nuestra mísera condición inhumana mientras él, un trozo de metal, guarda en sus circuitos más corazón que toda la carne que puebla la Axiom.

Así, durante 100 minutos vivimos un homenaje visual (y musical) al buen cine de todos los tiempos, desde las comedias mímicas en blanco y negro hasta E.T., pasando por el HALL 9000 de 2001, La guerra de las galáxias y el cine de Verhoeven, hasta llegar a los aliens de Scott y Cameron, haciéndonos recorrer un divertido y emocionante camino que nos conduce a la prometedora conclusión de que nunca es demasiado tarde para que los seres humanos despertemos del letargo y elijamos, aunque sea lo más incómodo, la aventura de la libertad.

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