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Vida o muerte

La está liando José Tomás con el mano a mano que hará con Morante en la plaza de toros de El Puerto. Yo, que no entiendo mucho de toros y que no me muevo precisamente en un ambiente taurino, estoy flipando con la gente que me rodea. Nadie quiere perderse el espectáculo, sobre todo por la sensación generalizada de que no quedan muchas oportunidades de verlo torear en vivo. El morbo que está generando la certeza de que va a morir en la plaza se está convirtiendo en el mayor reclamo para ir a verlo.

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Para mí, que no soy aficionada, hay algo sin embargo en esta fiesta que me fascina: el rito, la teatralidad, el barroquismo, lo mítico y ancestral. Y luego, el tendido, el fervor de la gente, la locura, la muerte en el aire Como persona de teatro, me pregunto cómo sería hacer una obra con un público tan apasionado. Recuerdo la frase de Valle Inclán: «El teatro debería tener el temblor de las corridas de toros». Y recuerdo también una reflexión de mi admirado Ramón Pareja, mi maestro, cuestionando la actitud del público de teatro, que aplaude siempre al final, aunque no le haya gustado en absoluto la función, y comparando esta actitud con la de la gente que en los toros es capaz de abuchear y tirar almohadillas al torero que no se arriesga demasiado.

Es impresionante la diferencia: en el primer caso se entiende que no aplaudir sería una falta de respeto a los actores (aunque lo hayan hecho fatal). En el segundo el público medio lincha al torero que no tiene una buena tarde cuando ¿se está jugando la vida! ¿No deberíamos aprender algo de esto?

Los toros pueden gustar o no, pero no creo que haya muchos espectáculos en el mundo que produzcan el impacto tan brutal que provoca en el tendido la sensación de asistir a un duelo real entre la vida y la muerte.