Miembros de Hezbolá trasladan el féretro con los restos de un soldado israelí para el canje. / AFP
MUNDO

Hezbolá humilla de nuevo a Israel

La guerrilla libanesa entrega los restos de dos soldados hebreos a cambio de cinco prisioneros vivos y los cadáveres de otros 199

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La imagen de los dos ataúdes negros bajando de un todoterreno portados por los hombres de Hezbolá heló la sangre de los israelíes. La arrogancia del portavoz de la milicia chií, Wafik Safa, manteniendo hasta el último segundo la incertidumbre sobre la suerte de los soldados hebreos que estaba a punto de entregar muertos, sacudió de indignación al Estado judío. Y es que ayer, 734 días después de la guerra, se vio humillado y derrotado por segunda vez por la misma guerrilla a la que sin éxito combatió en el verano de 2006.

Hezbolá (el Partido de Dios), más envalentonado que nunca, se dio en Beirut un dulce baño de victoria para festejar el alto precio pagado por sus enemigos a cambio de dos cadáveres: los restos de 199 «mártires» árabes, que cruzaron Líbano en un convoy triunfal, más cinco presos libaneses vivos, entre ellos el legendario Samir Kuntar, recibido en el país del cedro con una guardia de honor a la altura de su condición de héroe paradigmático de la resistencia. Hasta el líder de Hezbolá, Hasan Nasralah, aprovechó este momento de euforia para aparecer en público por primera vez desde el pasado enero (en un acto celebrado en el sur de Beirut) con el objetivo de dar la bienvenida a los cinco libaneses liberados.

No hubo sorpresas. Las esperanzas de que los reservistas Ehud Goldwasser y Eldad Regev fueran devueltos con vida, se desvanecieron a los 40 minutos del inicio de la operación de intercambio. En directo, la televisión de Hezbolá lanzaba al mundo desde el lado libanés de la frontera de Rosh Hanikra la panorámica de los dos féretros pasando a manos del responsable de la Cruz Roja Internacional, poniendo con ello colofón de luto a dos años de espera.

Las primeras manifestaciones de dolor rabioso recorrían ya entonces Israel, donde muchas voces de ciudadanos se alzarían pidiendo revancha, e incluso propinar «un tiro en la cabeza» a Kuntar antes de su devolución. «Que quemen los cuerpos de los palestinos en las ambulancias antes de entregarlos», pedía abatida una madre desde Jerusalén. «Es el día más triste de este país, nos han tenido esperando hasta el final para conocer el destino de nuestros hijos», lloraba Simona Adda, vecina de la familia Regev en Kiriat Motzkin, mientras otros criticaban al primer ministro, Ehud Olmert, diciendo que los dos soldados habían muerto para nada.

Harían falta todavía casi cinco horas para que el rabinato militar, los cuerpos médicos y forenses certificaran positivamente la identidad de los dos militares, que harían oficial su fallecimiento. Cinco horas en las que el abatimiento generalizado y las lágrimas de amargura se agravarían con los rumores de fiesta llegados de Beirut, Ramala o Gaza. Desde allí, desde la franja mediterránea, embriagado por el éxito de Hezbolá, el depuesto primer ministro islamista, Ismail Hanniya, anunciaba a media mañana un endurecimiento de las condiciones para la liberación del soldado judío Gilad Shalit, capturado por los suyos el 25 de julio de 2006, diecisiete días antes que Goldwasser y Regev. «Hay un soldado cautivo, miles de nuestros hijos están en prisión...»