TRIBUNA

La tragedia que se repite

En una semana la muerte de casi treinta inocentes en las costas andaluzas azota nuestras conciencias. Que entre ellos en esta ocasión se encuentren nueve niños, hace aún más trágica la noticia. Se volverá a hablar de mafias, del mal tiempo, de lo insensato de quienes lo intentan Pero la opción de correr este terrible riesgo es asumida, y sólo se explica por las condiciones que dejan atrás, ciertamente invivibles: miles de jóvenes en la globalización con un euro al día jóvenes sin futuro que piensan que nada pierden arriesgándose. Es la única salida que ven para abrir una puerta a la esperanza para ellos y para sus familias

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Arriesgándose porque no pueden hacerlo de otra forma sino clandestinamente. Porque las posibilidades de obtención de un visado son prácticamente nulas para un ciudadano del África Subsahariana. Sólo queda la huida. La travesía del desierto del Sáhara es ya una odisea que demasiadas veces termina en tragedia invisible, pues el desierto es ya también como nuestros mares una inmensa tumba anónima. Quien sobrevive a ella, se encuentra bloqueado en los países ribereños norteafricanos meses o años, a la espera de una oportunidad de paso, viviendo en la mayor de las precariedades y pasando todo tipo de penalidades.

La mayoría de los niños que vemos intentar llegar a nuestras costas han nacido en la ruta y no disponen de ningún tipo de documentación, no hay ningún papel que atestigüe su existencia. Nadie los reconoce siquiera, de modo que no disponen de ningún tipo de protección o derecho. Seguir adelante es la única posibilidad, aunque sea con el terrible riesgo asumido.

El sentido común diría que una Europa que presume de ser tierra de libertad y derechos, debería acoger con los brazos abiertos a estos desarraigados forzosos que suponen para ella misma una esperanza de futuro. Ciega ante sí misma, dominada por sus miedos, condicionada tal vez por oscuros intereses, Europa refuerza sus muros y da la espalda a los derechos humanos.

Por desgracia España es avanzadilla en ello. Y lo ha demostrado fehacientemente votando a favor de la Directiva de la Vergüenza en contra incluso de los propios socialistas europeos sumándose a la ultraderecha y a los sectores más conservadores de toda Europa.

Tan sólo desde el más estricto sentido común, resulta legítimo preguntarse cuál es el resultado y adonde nos conducen casi veinte años de una política de rígido cierre de fronteras. Una política que el PSOE ha desarrollado de forma extremadamente represiva para hacer frente a una inmigración que representa un porcentaje ridículo del total de la que entra en nuestro país, por más que sea de un dramatismo terrible como el de estos días.

Es cierto que se ha reducido el número de pateras. Pero, ¿a costa de qué? A costa de la pérdida de centenares de vidas humanas y de que se provoquen graves violaciones de derechos humanos, incompatibles con una sociedad democrática. Tal vez así, con la tragedia permanente asomando a nuestras costas, se reduzca el número de pateras a corto plazo. Pero cualquier analista serio afirmará sin duda que los flujos migratorios no sólo no se van a parar sino que incluso se van a incrementar. Más aún en el seno de la crisis global que afecta muy especialmente a los países de toda África. Y no se pueden poner puertas al campo.

No se puede abordar esta realidad profunda, estructural, con más Frontex, patrulleras, Sives, expulsiones masivas, campos de internamiento, acuerdos impuestos a países terceros, militarización de las costas de esos países, alambradas No se puede abordar así porque provoca como decía graves violaciones de derechos humanos. No se puede abordar así porque no es de sentido común y no se puede mantener a medio plazo. No se puede abordar así porque corrompe el carácter democrático de nuestra propia sociedad y la convierte en cerrada, recelosa y pronto xenófoba. Una sociedad que nadie quisiéramos vivir.

Estas tragedias sí son evitables. No son simples efectos colaterales. Por eso no nos valen ya hipócritas declaraciones de condolencia realizadas por quienes de una u otra tienen la responsabilidad de lo que está pasando. Es imprescindible, por el contrario, la voluntad de dar un giro en profundidad a las políticas europeas y españolas, que se encaminen a una cooperación real con el África Subsahariana. Pero no sólo para la cooperación porque largo me lo fiáis. Porque en tanto se lucha para evitar la emigración forzosa, hay que adoptar una gestión de flujos más flexible y solidaria, basada no en razones utilitaristas sino de estricta justicia, única forma posible de intentar evitar que se sigan perdiendo vidas de criaturas cuyo único objetivo es buscar una vida digna.

Verdaderamente sin esa voluntad de cambio en las políticas migratorias, sin medidas concretas que eviten que las personas tengan que emprender esa aventura incierta, en realidad, somos responsables de todas estas muertes que, como las de Almería, como las de Motril, sacuden nuestras conciencias.