ALEGRÍA. Jugadores de España festejan el pase a la final en el césped de Ernst Happel después de pasar por encima de Rusia con los goles de Xavi Hernández, Dani Güiza y David Silva. / REUTERS
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España ya no es lo que era

España ya no es lo que era. Tras el memorable partido de ayer puede decirse que la selección ha roto definitivamente con su historia, llena de rémoras y prejuicios. De debilidades y viejos complejos. 'La roja' de fútbol ya deslumbra como lo hacen Gasol y compañía, con quienes tantas veces se les ha comparado para hundir su moral, ese deporte tan español. Parece claro que España ha cruzado en esta Eurocopa la frontera que separa a los buenas selecciones de las grandes, de esa pequeña y rancia aristocracia que lleva toda la vida repartiéndose los títulos, los premios y las prebendas. Y no lo digo porque haya alcanzado la final, sino por la forma espectacular en que lo ha conseguido y por las magníficas vibraciones que transmite este grupo de jugadores.

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Esto no es un flor de un día. Aquí hay una generación de grandes futbolistas con la que se podrá disfrutar durante años. De hecho, atendiendo a la edad de sus jugadores, lo lógico es pensar que el gran momento de España, su punto perfecto de maduración, llegará dentro de dos años, en el Mundial de Sudáfrica. En fin, que esos curiosos hinchas de Rusia que habían salido repentinamente por aquí en los últimos días -los mismos que el domingo irán con Alemania y cantarán emocionados el 'Deutschland über alles'- tendrán que hacer de tripas corazón y consolarse pensando que la vida te obliga a veces a duras digestiones.

Lo cierto es que muy pocos esperaban un resultado tan abultado en el Ernest Happel. Que España hubiera goleado a Rusia en el primer partido no decía nada. Y menos tras presenciar la extraordinaria exhibición de los rusos ante Holanda, que pasaba por ser la más guapa del baile hace tan solo una semana. ¿Qué sucedió para que los de Luis Aragonés despacharan a sus temibles rivales en semifinales con una suficiencia impresionante y acabarán el partido haciendo pompas de jabón bajo la lluvia? O vista la cuestión desde otra perspectiva. ¿Qué ocurrió para que Rusia estuviera desfigurada los noventa minutos y desapareciera del campo en la segunda parte? ¿En qué chiscón del ciberspacio se metió ayer el temible Arshavin?

Son preguntas que admiten varias respuestas. Una de ellas, inevitablemente, obliga a referirse al alma rusa, siempre peculiar e impredecible, capaz de lo mejor y de lo peor. Todos hemos conocido equipos y jugadores rusos que un día te deslumbran y al siguiente tienes ganas de correrles a gorrazos. Este chico, Arshavin, es un ejemplo de ello. El otro día, ante Holanda, dio un espectáculo soberbio y millones de aficionados se preguntaron de dónde había salido esa figura. Cuando se fueron enterando de que el chico tenía ya 27 años, muchos se extrañaron. Parecía imposible que se hubieran perdido durante tanto tiempo a un talento semejante. Ayer se descubrió el secreto: Arshavin tiene días y, por lo visto, es mucho más regular jugando timbas de póker que jugando al fútbol.

Más allá de las complejidades del alma rusa, también creo que hay que empezar a contar con otro factor. Y es que España impone. Hay que ser un equipo tan curtido y bregado como Italia -y probablemente Alemania- para no saltar al campo con una cierta sensación de inferioridad. La calidad técnica de los españoles, unida a la mejora de su vena competitiva -ayer le jugó a Rusia a la perfección-, comienza a ser disuasoria. Hay que estar muy bien armado para no arrugarse ante esta tropa que, cuando pone velocidad, consistencia defensiva y versatilidad a su juego de toque, alcanza momentos deslumbrantes. Por fútbol, ya es campeona.