opinión

Que me dejen borrarme

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Si un grupo de malos jugadores, directivos cortos, pseudoperiodistas mangantes y peñistas pancistas insisten en convertir el Cádiz en una empresa, en su chiringuito, sin más, los demás tendremos que aprender a pensar como clientes, sin más. Mientras ellos actúen sólo como empleados, empresarios y ávaros comisionistas, tendrán ventaja sobre nosotros, los dolientes, que insistimos en tratar al equipo como una debilidad emocional, como el símbolo que nunca debe ser, como la más importante de las cosas insignificantes. Esa tristeza oculta, que da un poco de vergüenza sentir y que arrastramos desde el domingo nació de una mala idea comercial.

Todo iba bien, pero el mismo que lo enderezó, porque le convenía, lo torció por su afán de vender una peña de locos como si fuera una gran compañía. En vez de irse en Primera (la vanidad le pudo), tardó en querer salir. Y salió mal. Atrajo al primer fantasma de más allá de Cortadura que se prestó. Con lo que nos gusta aquí un salvador foráneo.

Todo se rompió y ahora purgamos a escote. Siempre pasa lo mismo. Cuando va bien, unos pocos se llevan los beneficios (sueldazos, cochazos –mención para molestar a futbolistas–, viajes de representación, alabanzas...) pero cuando va mal, nos jodemos todos (los que no saben de fútbol pero pagan la entrada, los que más).

El Cádiz ha violado sistemáticamente todas las leyes del fútbol. Fue incapaz de aprovechar las ocasiones (ascenso pactado a Segunda A, ascenso involuntario a Primera...) y, a cambio, incurrió en todos los errores. Despreció la fi-gura del entrenador (con el error de Oli comenzó el principio del fin), ignoró a Jose y decidió que cualquiera podía sentarse en banquillo. Aplicó la improvisación como sistema. Creyó que la buena fe del abonado todo lo podía e prohibió la calidad futbolística en un equipo que ni cuando fue campeón en 2005 jugó bien, ni cuando pudo afianzarse en una élite ya pringada de mediocridad (San Mamés), ni cuando volvió a su lugar natural en Segunda celebrando un descenso (que fue la mitad de éste).

Ni buscó buenos futbolistas, ni quiso pagarlos, ni hacerlos en la cantera, ni conservar a los menos malos. Parecía bastar con ese compromiso de la grada, traducido en euros. El que discrepara, el que preguntara, era el enemigo. El senado nocturno de la gerontocracia babosa lo señalaría. Peloteros, consejeros, voceros y conformistas perdían la mayor parte de su energía en buscar a otros cadistas, a periodistas, con los que enfadarse.

Soberbia, ira, avaricia... buscando enemigos y cayendo ante los rivales. Mientras tanto, tuvimos ocho partidos para ganar uno. ¡Ocho! Los del sentimiento, los horteras de amarillo que pagamos siempre y nunca sacamos nada hemos equivocado la estrategia. Si ellos piensan como empresarios, como profesionales, como tacaños productores de fútbol, tendremos que aprender a comportarnos como clientes.

Y el servicio es una mierda. Grande. Para no volver. Mientras no mejore la cartelera, que no cuenten con nosotros. Que aprendan a convencernos de que merece la pena ir al estadio. Hasta que no me sirvan Segunda (clase A), no voy. Y luego, para pagar más, que me den Primera. Y si me van a cobrar un artículo de lujo, quiero UEFA o Champions. Es lo que hay. Mientras: cine, PPV, bares, playa, mucha novela atrasada... Que no usen eso de la fidelidad, tanto cariño inoculado en la infancia, para ganar dinero. Si quieren lealtad, que la ganen. Con buen fútbol, con victorias, con el octavo puesto en Segunda, mínimo.

Mientras, que se busquen otro camino para buscarse los cuartos. Si son empresarios, ésas son las reglas del mercado. Que ofrezcan un producto que atraiga al consumidor. Lo de la pasión y el seguimiento ciego es demasiado fácil, mucho beneficio para ellos; poco para nosotros. Si no cumplen, tenemos derecho a borrarnos; a no ir hasta que se produzca un ascenso que no merecerá celebración (será una reparación parcial todo esto). Si alguien quiere llamarnos anticadistas, ratas o perros, que lo haga ya. Ojalá lo seamos y podamos cumplir esta orden de alejamiento. Ojalá podamos estar dos años sin ir y aprendamos también a desconectar la radio, a dejar de hacer cálculos matemáticos frente al teletexto, ahora que hemos vuelto a caernos de las quinielas.

Estamos en un pozo al que ya bajamos, nueve años, a buscar ese triángulo lleno de leones. No pienso bajar otra vez. Que suban ellos y me busquen. ¿Cómo han podido convertir este equipo en algo tan antipático? ¿Cómo han sido tan soberbios, tan desagradecidos? ¿Cómo han manejado tan mal cinco años de buena suerte? Nosotros no hemos cambiado. Desde 1981 hasta ahora, sin faltar. 27 años. De Elche hasta Alicante. Ya es suficiente. Me bajo. Tenemos derecho a borrarnos. Ya sé que nadie nos echará de menos. Nosotros sí añoraremos ese Cádiz divertido y humilde que nos robó el fútbol empresarial mal gestionado.

Cuando aprendan, que avisen.