FUERZAS SUTILES. Las cañoneras españolas que atacaron eran muy maniobrables.
Cultura

El primer mal día de Bonaparte

El 14 de junio de 1808 la escuadra francesa de Rosily se rendía tras un combate en aguas de la Bahía: la Guerra de Independencia en Cádiz comenzaba con la derrota de Napoleón

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Cuando los primeros rayos asomaron por encima de los pinares de Puerto Real, a Napoleón Bonaparte ya se le habían empezado a poner las cosas feas en su sueño imperial. El 14 de junio, con la misma luz que hoy aunque 200 años antes, la rendición de la flota de Rosily en la Bahía sellaba la primera derrota oficial del todopoderoso ejército de L´Empéreur. La Guerra de Independencia en Cádiz había comenzado con un cañoneo frente a San Fernando que terminaría con las estrategias francesas y un juego de sillas diplomático donde los amigos se mataron y los enemigos se hicieron mejores aliados.

La primera de las felices historias de resistencia que vivió la Bahía de Cádiz comenzó a barruntarse cuatro años antes, en 1805. Lo que quedaba de la flota francesa al mando de Rosily (que sustituyó al fracasado Villeneuve) se refugió en la Bahía después de la paliza naval que le recetaron Nelson y los suyos en Trafalgar. Durante tres años, cinco grandes navíos -Neptune, Argonaute, Algesiras, Heros y Pluton- se lamieron las heridas junto a los españoles bajo el asedio inglés a las puertas de la Bahía.

Todo fueron alianzas y buen vino hasta febrero de 1808, cuando Rosily comenzó a notar que algo iba mal. Más tarde iría muy mal. Los españoles no les miraban con buenos ojos, así que se alejaron de las baterías de Puntales y Matagorda. No le faltaba razón. Los sucesos del Dos de Mayo en Madrid, la cesión de poderes de los monarcas en Bayona y la renuncia de Fernando VII hicieron difícil la convivencia en una ciudad que se llenó de puñales y miradas aviesas entre supuestos aliados.

Sed de sangre en Cádiz

A finales de mayo, la situación era insostenible. Según el profesor de Historia Moderna de la Universidad de Cádiz, Alberto Ramos Santana, el día 26 piden al gobernador Francisco Solano que se una a la insurrección de Sevilla, que demuestre que Cádiz está con Fernando VII y que no toleraría las atrocidades de los batallones de Napoleón. Tres días después, matan a Solano. Por afrancesado. Los historiadores dicen que esperaba a llenar sus polvorines antes del ataque.

La Junta de Sevilla nombró como sustituto a Tomás de Morla y le encargó que destruyera la flota francesa. La Armada Española comenzó a afilar las hachas y alfanjes del abordaje. Se alistaron nuevos navíos y las baterías se pusieron a punto para defender el Arsenal de la Carraca, punto neurálgico de las fuerzas navales de la zona. Los franceses se apostaron en el Caño de La Carraca, para atacar el arsenal, mientras que los españoles decidieron dejar sus navíos atrás y utilizar lanchas cañoneras y bombarderas (más fáciles de maniobrar) para mandar a pique a su -ya ex- aliado.

Cada una de estas avispas del mar podía moverse a remos o a vela y llegar hasta las aletas de los barcos cuyas cubiertas cruzaban con las balas de sus cañones de 26 libras. Además, transportaban infantes de marina cuyos fusiles hacían más difícil si cabe la vida sobre las cubiertas francesas. En total, el almirante Apodaca, al mando de las fuerzas, logró echar al agua tres grupos de 15 cañoneras que protegieron el arsenal.

Morla dio un plazo de dos horas a Rosily: «Soltaré mis fuegos de bombas y balas rasas que serán rojas si V. E. se obstina». En las inmediaciones de la Poza de Santa Isabel, frente a la playa de la Casería de Ossío, murieron 13 franceses y ocho españoles, pero se acabó la pólvora de los partidarios de Fernando VII. Y los franceses sin saberlo. Se tragaron el farol de baterías preparadas para disparar y nuevos navíos con la santabárbara vacía, aunque el recibimiento que les tenían preparados los ingleses al salir de la Bahía no era una salida válida.

Mil doscientos proyectiles después, Rosily rendía a discreción sus fuerzas. Más de 1.500 prisioneros con sus barcos pasaban a manos españolas, mientras Morla llamaba a la calma en un discurso histórico y generoso que advertía contra el ajuste de cuentas. «La Escuadra Francesa acaba de rendirse a discreción, confiada en la humanidad y generosidad de los Gaditanos». La esperanza de Napoleón Bonaparte de que sus tropas partiesen en dos la Península y se reuniesen con la flota en la Bahía se fue a pique, cuando el viento hizo ondear el pabellón español en el Hero y el ejército de Dupont estaba perdido en Bailén.

Nuevos amigos

El combate de la Poza de Santa Isabel cambió las relaciones diplomáticas con los aliados, y también con los enemigos ingleses, que asediaban Cádiz con una flota al mando del almirante Purvis. Apodaca, Morla y los demás mandos viajaron hasta Inglaterra y fueron recibidos por todo lo alto. El 4 de julio y gracias a su intervención, Inglaterra daba por terminadas las hostilidades con España después de una reconciliación que comenzó en las aguas de la Bahía.

La nueva alianza sería la baza con la que España resistiría el empuje de los hijos de L'Empéreur y mantuviera como territorio nacional una pequeña cuna. Cuatro años más tarde, allí nacería La Pepa.

apaolaza@lavozdigital.es