Editorial

Sin San Gil

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a decisión de María San Gil de renunciar a la reelección como presidenta del PP vasco y abandonar su grupo parlamentario, comunicada ayer a Mariano Rajoy, constituía una salida poco menos que inevitable dadas las condiciones formuladas por la líder guipuzcoana para seguir avalando el proyecto político de la actual dirección. El hecho de que San Gil justificara su actitud ante la amenaza de un supuesto abandono por parte de Rajoy de los principios éticos y políticos que han guiado su trayectoria, supeditando cualquier eventual arreglo a que el presidente del PP volviera a ganarse su confianza de aquí al congreso de junio, había situado su discrepancia en unos términos tan absolutos que difícilmente cabía pensar en una solución que no fuera su dimisión, o bien la articulación de una candidatura alternativa con la que ella hubiera podido sentirse mejor representada. Especialmente ante la constatación de que esa quiebra de confianza no sólo no era unívoca, sino que atenuaba la sintonía de Rajoy con una dirigente clave para su estrategia y mermaba el apoyo que venía recibiendo San Gil del resto del partido en Euskadi. En este sentido, la legitimidad de su renuncia no puede ocultar su responsabilidad esencial en la administración de una crisis que ofrece una imagen de división y debilidad en los populares vascos ante el probable adelanto de los comicios autonómicos, obligando por añadidura a Rajoy a enfrentarse a su primer gran desafío en condiciones desfavorables. Aunque lo más paradójico es que el cuestionamiento por parte de San Gil del liderazgo del presidente del PP y de su solidez ideológica puede acabar desembocando en la reorientación de la política de un PP vasco tanto tiempo compactado.