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Obama cierra el círculo en Iowa

El senador de Illinois se lanza a unificar el partido tras superar el techo de delegados para la nominación demócrata

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Mucho ha llovido en la campaña desde que Iowa catapultó a Barack Obama en los caucus del pasado 3 de enero. Para cuando el candidato de color volvió el martes a Des Moines a celebrar su flamante mayoría de delegados, la primavera había fundido el hielo y el desconocido senador era ya una estrella política. Sólo la inquebrantable resistencia de Hillary Clinton sigue impertérrita.

«En los días más oscuros de esta campaña, cuando todas las encuestas y todos los expertos nos descartaban, yo venía a Iowa y veía que aquí estaba ocurriendo algo que el resto del mundo no comprendía», evocó el candidato. «(...) Gracias a que salisteis en una fría noche de enero a defender el cambio en números récords que este país no había visto nunca, otros más lo hicieron, y después unos miles y entonces unos millones».

No era sólo la nostalgia lo que había llevado a Obama de vuelta a ese estado rural, de abrumadora mayoría blanca, que votó por él cuando todavía no era «lo suficientemente negro» como para convencer a sus hermanos de color. De pie, con el Capitolio dorado a sus espaldas, flanqueado por una enorme bandera y rodeado de 7.500 seguidores, en una ciudad donde se le conoce por su nombre de pila, Barack Obama estaba dando el primer discurso de su campaña a la presidencia de Estados Unidos.

Tres estados

Para él y quienes le rodean, las primarias se han acabado. Las dos siguientes contiendas en tres estados -Puerto Rico el 1 de junio, Montana y Dakota del Sur el 3- son puro trámite. Si ha decidido jugar el juego de Hillary Clinton es, como decía esa noche su estratega David Axelrod, «por respeto». «La humildad siempre es una buena cualidad», contestó cuando se le preguntó por qué habían reculado en su decisión de cantar victoria. A lo más que llegó Obama, después de tanta fanfarria con la que su campaña había anticipado este discurso triunfal, fue a declarar que «la nominación demócrata para la presidencia de Estados Unidos está al alcance».

Habían sido las airadas protestas de Clinton, con su «¿No tan rápido!», las que le hicieron darse cuenta de que cantar victoria ahora le enemistaría aún más con los votantes de la ex primera dama. «Tenemos que ser amables con los seguidores de Clinton porque les vamos a necesitar en noviembre», aleccionó el sábado a sus partidarios en un acto de recaudación de fondos celebrado en Portland (Oregón).

Aplicándose la lección, el martes se marcó una loa a Clinton que cayó como sal en la herida de la ex primera dama despechada. «Hemos tenidos nuestros desacuerdos durante esta campaña, pero todos admiramos su valor, su compromiso y su perseverancia», entonó. «Y no importa cómo acaben estas primarias, la senadora Clinton ha resquebrajado mitos, roto barreras y cambiado el Estados Unidos en el que mis hijas y las vuestras se harán mayores».

Clinton acababa de apuntarse esa noche otra victoria rotunda en Kentucky, donde ganó por 35 puntos a Obama, en comparación a los 16 que este le sacó en Oregón. «¿Música para mis oídos!», se congratuló la senadora, que prometió seguir luchando «codo con codo» por la nominación y a no rendirse «jamás». La diferencia de ambas primarias revelaba una vez más la debilidad de Obama en la América profunda, más allá del color de piel. En Kentucky, casi la mitad de la población vive en áreas rurales, mientras que en Oregón ocho de cada diez reside en núcleos urbanos. Por eso era tan importan el simbolismo de Iowa como telón de fondo.

Con el «espíritu de Iowa» por testigo desmontó también la acusación de un eslogan vacío. Al definir la esperanza como «unas leyes de impuestos que recompensen el trabajo en lugar de la riqueza», «una política energética que no confíe en hacerse amigos de la familia real saudí para luego suplicarles petróleo», o «acabar la guerra contra Al Qaeda en Afganistán» estaba enumerando el ideario de los republicanos que corteja cara a las generales. Ha llegado la hora de colgarse la bandera en la solapa, sacar la familia al escenario y comer hamburguesas en los diners para alejarse de la imagen del abogado liberal de Harvard y acercarse a la del pueblo sencillo que se ha ganado Clinton.