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PP, se enfrían los fervores

Hacía más de tres décadas que una personalidad política no despertaba en España un fervor tan súbitamente improvisado como el que surgió en el PP hacia María San Gil al atrincherarse ésta en si misma contra la actual dirección de su partido. Algunas expresiones fervorosas tuvieron en el primer momento cierta apariencia confesional, como las devociones marianas. Alegó la líder vasca al abandonar la ponencia que en gran parte había inspirado una discrepancia «fundamental» que no llegó a entenderse hasta que Mayor Oreja, día y medio después, esclareció con su entereza expositiva los intríngulis del episodio, que parece formar parte de una operación.

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Entre el fervor inicialmente unánime que inspiró San Gil, el calificativo fundamental adosado a su discrepancia y la defensa enardecida de los principios del PP, que veía amenazados, al subconsciente colectivo afloró la vieja dialéctica de los principios fundamentales que a los más viejos de la localidad nos enseñaron a seguir, sin la menor desviación, como esencia pura del franquismo. Y ha sido suficiente que Rajoy haya renovado los cargos de su partido en el Congreso con poca gente de la vieja guardia para que a los ojos en cierto modo vicarios de San Gil aparezca el presidente del PP como un traidor a las esencias. Al menos ya no merece Rajoy la confianza de San Gil, ni ha conseguido recuperarla en dos pacientes conversaciones con la desconfiada.

Pero tampoco en su propio partido, cinco días después, anda sobrada de confianza María San Gil, a quien nadie ha bajado de la peana en la que la han situado sus devotos más fervientes, que la cuidan como a su arma más incisiva para derrocar a cualquier paladín de una renovación en el PP. Los populares de Álava ya le han dado un tirón de orejas a la presidenta del partido en Euskadi, a la que ha pedido que reconsidere su decisión de adelantar el congreso al mes de julio y que, por la unidad del partido, procure que todo esto acabe en un acuerdo para la unidad.

En otros tiempos, cuando eran fundamentales los principios, sólo se permitía, y a la clase política, compuesta por gente afín al régimen: falangistas domesticados, democristianos resignados, militares, obispos y el obrero, discrepar en lo accesorio, siempre que se coincidiera en lo fundamental.