Opinion

Zapatero: la hoja de ruta

El presidente del Gobierno está tomándose con relativa calma la puesta en marcha del engranaje gubernamental hasta su natural velocidad de crucero, y así quedó de manifiesto en la entrevista que concedió anteanoche a la televisión pública. En efecto, tras el Consejo de Ministros que ha materializado las decisiones de política económica anunciadas en la campaña electoral, y cuya utilidad dependerá obviamente de la magnitud de la «desaceleración» económica, Zapatero parece aguardar, sin prisas, a que los interlocutores con los que pretende cerrar los primeros acuerdos se pongan en posición de diálogo. Es obvio que Rajoy deberá esperar al Congreso de junio para que su futura estrategia de oposición no interfiera en la reválida a que va a someterse. Y asimismo, parece claro que el diálogo con el nacionalismo vasco, cuyo respaldo a la investidura del presidente del Gobierno fue rechazado cortésmente, requiere cierta clarificación interna del PNV, cuyas dos almas y sus correspondientes posturas están claramente enfrentadas, hasta el extremo de que el discurso del tripartito presidido por Ibarretxe es diametralmente opuesto al que pronuncia el sector mayoritario del aparato, con Urkullu al frente. De hecho, ni siquiera está claro si cuando se abran oficialmente los diálogos Zapatero recibirá primero a éste o a aquél.

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De la comparecencia televisada de Zapatero, se desprendieron dos corroboraciones relativas a la política vasca. De un lado, no habrá colaboración institucional ni política alguna en tanto el lehendakari persista en su descabellada propuesta de celebrar un referéndum de autodeterminación por propia iniciativa; es obvio que el jefe del Gobierno vasco, que tiene la potestad de disolver la Cámara vasca, podría alternativamente anticipar las elecciones, en principio previstas para abril de 2009, pero quizá no tendría mucho sentido esta opción, tras haber sido resonantemente derrotado el PNV en las urnas el pasado 9 de marzo: el PSE ganó en el conjunto de Euskadi, en las tres provincias -incluida insólitamente Vizcaya-, en las tres capitales y en las principales ciudades. Sí estaría en cambio dispuesto Zapatero a considerar una propuesta de reforma del Estatuto de Gernika, lógicamente adaptada a los procedimientos tasados en la Constitución y emanada de un gran consenso parlamentario en la Cámara vasca; sin embargo, es muy dudoso que sirviera para algo tal modificación en una autonomía que ya disfruta, con el concierto y el cupo, de plena autonomía fiscal.

En otro orden de ideas, es patente que Zapatero, tras descartar con inequívoca rotundidad cualquier diálogo con ETA, cree viable un pacto antiterrorista, aunque sin conceder relieve taumatúrgico a este asunto: tal como están las cosas, el pacto tácito ya existe, y apenas quedan fuera de él las zonas de ambigüedad tradicionales, incluida Aralar. Más trascendencia podría tener un pacto por la Justicia, aunque de nuevo se percibió que PP y el Gobierno no hablan exactamente el mismo lenguaje. Porque si es urgente la renovación de los cargos cesantes y de determinadas leyes procesales, lo es todavía más dotar al sistema de los recursos que le faltan; en definitiva, y como dijo Ónega, interpretando el sentir general, dinero, dinero y dinero. Dinero es lo que hace falta, por ejemplo, para poner en pie un sistema informático de la envergadura y de la calidad del que nos vincula a todos los ciudadanos con Hacienda. O con el nuevo sistema integrado de gestión de multas de tráfico.

Zapatero ha adquirido muchas tablas desde que hace casi ocho años alcanzó la secretaría general del PSOE, y el lunes se bandeó con solvencia ante las preguntas de los periodistas, que no lograron del jefe del Ejecutivo la definición de una verdadera hoja de ruta, para cuyo enunciado habrá probablemente que esperar al congreso que también el PSOE celebrará próximamente, en julio, poco después del popular. Así las cosas, todo indica que los dos grandes leit motivs de la legislatura serán la cuestión económica y el cierre del proceso autonómico.