Opinion

Un debate nuclear

La alianza sellada ayer por Gran Bretaña y Francia para promover centrales nucleares de nueva generación y exportar su tecnología a terceros países ha reabierto el debate sobre la utilización de esta controvertida energía y sobre las exigencias que se derivan tanto de la dependencia de la UE de fuentes cada vez más escasas y caras como el petróleo, como de su voluntad de liderar la lucha mundial contra el cambio climático. La inclusión de este pacto como un asunto central en la «entente formidable» que aspiran a labrar ambos gobiernos confirma que el abastecimiento energético y el combate contra el calentamiento del planeta forman parte ya de manera ineludible de la agenda política internacional. Las potencialidades de su acuerdo, en el que Francia aporta la acreditada experiencia de disponer de 58 reactores que generan casi el 80% de su producción eléctrica, tropiezan, sin embargo, con las reticencias de otra gran potencia como Alemania, que prevé desmantelar sus centrales para 2020. Y con el escepticismo de una parte nada desdeñable de la ciudadanía y los expertos europeos, que continúan desconfiando de la efectividad de esta fuente energética, del aún inseguro almacenaje de sus residuos y de la eventual proliferación incontrolada de plantas destinadas no a usos civiles, sino militares.

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Las dudas que sigue suscitando las plantas nucleares no pueden redundar, no obstante, en la elusión de un debate que resulta difícilmente evitable ante la limitación de los recursos disponibles y la fuerte dependencia del crudo por parte de los países industrializados. Esa evaluación pública y comprometida ha quedado difuminado en España por la evanescencia con que vienen pronunciándose los partidos y las posiciones antagónicas de socialistas y populares: mientras los primeros apuestan por la sustitución gradual de las centrales nucleares -que cubren algo más del 10% de la demanda energética total-, los segundos defienden su mantenimiento. En todo caso, las posiciones maniqueas a favor y en contra deberían dar paso a una reconsideración crítica sobre el valor y la eficacia potenciales de una alternativa que no parece prescindible en un país que sigue figurando entre los más contaminantes de Europa, cuyo desarrollo económico está aún fuertemente ligado a los usos del petróleo y que aún no despunta en la implantación de las renovables.