Cádiz se quedó a cuadros

Cuando Antonio Estrada, el dramaturgo y actor gaditano, terminó de leer el Manifiesto de Robert Lepage, escoltado por una troupe surrealista de escoceses de Cádiz, los niños que poco antes jugaban al fútbol en la Plaza Mina, las madres ociosas y los guiris de turno, habían abandonado ya sus tareas vespertinas y observaban, atentos, las evoluciones del cuadro.

A las puertas del Museo, Mac Carena, Mac Gregor y el nieto de Braveheart, entre otros miembros del clan, arrancaron la marcha con una algarabía de gaitas y tambores. Enarbolando el pendón de la creatividad y la desvergüenza, arrastraron al público hacia el Palillero. En su recorrido lograron que se asomaran a la puerta los dueños de los comercios y la clientela de las cafeterías, los chicos del gimnasio y los jubilados. Vagalume Teatro estuvo a la altura de las últimas palabras que poco antes había declamado Antonio Estrada: «Para representar al mundo en toda su complejidad, el artista debe proponer ideas nuevas (...). Es cierto que, jugando con fuego, el hombre corre el riesgo de quemarse... Pero así alberga la esperanza de iluminar».