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¿Quién me llama?

Me da un coraje que no veas. No respetan ni escuchan. Tampoco tienen la culpa, al fin y al cabo es su trabajo, pero en fin, son los que dan la cara y con quienes lo pagas al final.

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Estás tan tranquila a la hora de la siesta y suena el móvil. Lo miras, haciendo un esfuerzo, y ves que pone «número desconocido». Y aunque sospechas que son ellos, caes como una capulla, y lo coges... «Buenas, señorita, ¿es usted la titular del número tal y tal?» Y tú contestas lo más educadamente que puedes: «Lo siento, no me interesa».

Pero al currito o currita que está al otro lado eso se la trae al pairo. Empieza a hablar y a hablar, a contarte las ofertas de la compañía de móviles de marras, y tú intentas pararlo, pero nada... Hasta que al final, con muy mala leche, anuncias: «Voy a colgar». Le das al botón y lanzas el móvil contra cualquier superficie blanda (el sofá preferentemente), a la vez que insultas con todo tu corazón a quien corresponda.

Luego, con la cabeza un poco más fría, te paras un poco a pensar, y flipas. ¿Con qué derecho alguien llama a tu teléfono, de uso privado, para venderte cualquier cosa? ¿Con qué derecho invaden la intimidad de tu siesta, de tu comida, de tu paseo?

Insisto en que no culpo a la persona que está al otro lado de la línea, sino al sistema que está generado entorno a este tipo de actuaciones. Creo que esta manera de hacer publicidad debería estar prohibida, es agresiva, tirana. Si yo quiero cambiar de compañía de teléfono, de televisión por cable o de internet, ya me informaré en el sitio pertinente, seré yo la que solicite información, no será nadie quién se cuele en mi vida para medio obligarme a ello.

Lo que no puede ser es la arbitrariedad, la libertad con la que esta gente dispone de tu número de teléfono y de tu tiempo sin haberles dado tú el permiso. Me parece una falta de respeto y un abuso que, para mí, ronda el límite de lo legal.