EXCEPCIONAL ESPECTÁCULO. Tres gracias interpretativas bordan el concepto del baile femenino en su esencia. / T. SÁNCHEZ
Cultura

Triunfo del eterno femenino

'Mujeres', bajo la dirección de Mario Maya, logra la apoteosis en el Teatro Villamarta

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La sabiduría del maestro Mario Maya dispuso el espacio escénico adecuado para que las tres elegantes gracias, representadas por Merche Esmeralda, Belén Maya y Rocío Molina, pudieran expresar lo mejor de cada una. En todo momento se sugiere y se dialoga con la expresión bailada. Tres mujeres. Tres edades. Tres estéticas al servicio del gusto y la exquisitez. Un planteamiento secuencial al servicio de las protagonistas sin más guión que el puro placer de bailar bien y ofrecer las posibilidades escénicas para ello. La palabra podría ser la justa coordinación de elementos al servicio de la brillantez, de la calidad, del arte grande, o sea.

La puesta en escena se abre con una evocación lorquiana, el Adán, para que Belén Maya seduzca por tangos y abra la veda para la primera comparecencia de Merche Esmeralda y Rocío Molina en clave de granaína, rematada por jaberas. Hay un gran salto generacional, pero también una comunión de ideas para que las dos se posicionen en terrenos comunes.

Viene un interludio musical, algo anacrónico, evidenciando el tronco común entre la serrana y el cante por trilla. Pero sólo es un pretexto para la aparición estelar de Merche Esmeralda que enamora con la soleá, toda de blanco. Es la escuela sevillana, el barroquismo gestual que busca el más alto sentido de la elegancia, con movimientos aterciopelados y sin bruscas concesiones para cautivar sin remisión. El público premia con palmas incendiarias a esta señora del baile flamenco.

Su clasicismo deja paso a las más jóvenes que juegan con conceptos más contemporáneos en un paso a dos. Para ello, se forma un micro espacio por la agrupación cuadrangular de las guitarras y las voces. Dentro de él, se sucede el encuentro con claras intenciones renovadoras. Es el turno de Belén Maya y Rocío Molina, dos talentazos abrumadores. Suena el romance de Bernardo El Carpio y Zaide que provocan que las artistas se abandonen a la inspiración, logrando momentos de una intensidad grandiosa.

Llega otro instante álgido en la soberana interpretación de la siguiriya a cargo de Rocío Molina. La malagueña ofreció una diversidad de registros al alcance de muy pocos. Giros, juego de muñecas, velocidad, drama. Saca su versión más clásica, se para a oir la queja del cante. Manda. Dicta. Y sentencia con un final originalísimo. Rocío Molina se doctora en Jerez cum laudem.

El broche de oro lo ponen las tres, con batas de cola y bailando por caracoles con coreografía de Javier Liñán que emocionaron desde el eterno femenino. Hay garbo y diálogos generacionales. Y ahí un diez inmenso para Merche Esmeralda por el esfuerzo, desde su clasicismo para adaptarse, sin desmerecer y aportando al aluvión técnico y de calidad de las más jóvenes. Sin duda, una de las más brillantes noches del Festival de Jerez. Pero de toda su historia. Y van doce años.