MUNDO

Inteligente y apostador

Alex Salmond, de 54 años, se sienta en la presidencia de la mesa del Ejecutivo escocés, en Bute House, y se ríe de los escépticos sobre la futura independencia, que ya vaticinaban hace un año que él no iba a estar aquí. Es un salón decorado incongruentemente, con bellos grabados de Steven Campbell y El Farolero de Lladró, en la residencia del ministro principal en el centro de Edimburgo. Para Salmond es un lugar de trabajo. Su casa está en Strichen, en una comarca agraria cerca de Aberdeen, donde su mujer, Moira, es un ejemplo de esposa de político que no desea la popularidad. Se conocieron como funcionarios de la Administración británica en Edimburgo, se casaron cuando él tenía 26 años y ella 43. No tienen hijos.

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Sólo una pasión constante por las carreras de caballos distrae a Salmond de su dedicación a la política. La avivó en la universidad, cuando era izquierdista, y la mantuvo a su paso como economista del petróleo en el Royal Bank of Scotland. Tiene una reputación como hombre arrogante, impaciente y brusco con colegas y rivales. Dimitió como líder del Partido Nacional Escocés (SNP) entre disputas con otros miembros al condenar los bombardeos de la OTAN sobre Serbia durante la guerra en Kosovo. Más tarde, fue el más implacable crítico de Tony Blair en Westminster por la invasión de Irak. Regresó al liderazgo de la formación independentista, pero decidió batallar su elección al Parlamento de Edimburgo en una circunscripción muy complicada. Y ganó.

A su audacia añade una gran inteligencia política. Ha tomado dos decisiones fundamentales desde que llegó a Bute House: gobernar en minoría, pudiendo así contar con el trabajo de los funcionarios, neutrales políticamente, para fomentar la política de su partido -la Conversación Nacional hacia el referéndum de 2010-; y dedicarse, a la espera de esa contienda, a mostrar que los independentistas son capaces de administrar bien.