Rosario Rodríguez y su pareja José Francisco Barcelona, en el barrio de Astilleros donde viven.
CÁDIZ

Colonos de un barrio varado en el tiempo

Las mil cuatrocientas familias del último desarrollo urbanístico vecinal en Cádiz siguen sin colegio ni ambulatorio siete años después

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En la cafetería El Pórtico, en el barrio de Astilleros, la música que escupen los altavoces es la de una de esas radiofórmulas. La voz de la mexicana Paulina Rubio se mezcla con una decena de conversaciones, el espeso humo a tabaco que cuelga del aire y un olor a refrito que sale de la cocina. Fuera, una pandilla de pequeños saltan sobre los bordillos de cemento, llenos de grietas, que hacen las veces de parque de juegos. El mayor se llama Javi. Tiene 12 años. El salto acaba en un solar de hormigón en el que tubos de cableado de la luz, conductos de agua abandonados, tornillos oxidados y montones de cantos de piedras angulosos se reparten por el suelo. «Mira, mira», suelta Javi antes de desaparecer de nuevo tras el bordillo.

En esta barriada de edificios anodinos y calles que se cruzan en ángulos rígidos viven 1.413 familias. El distrito de Astilleros es el último gran desarrollo urbanístico vecinal que ha vivido la ciudad. Los primeros colonos llegaban en 2001. Desde entonces las quejas de la A. VV. del Barrio de Astilleros no han variado, como asegura su presidente, Luis Arenal.

«Seguimos sin contar con un centro de salud. Tampoco hay escuela ni guardería para los más pequeños. Los aparcamientos están colapsados y la seguridad en el barrio empeora por momentos», asegura Arenal, de 61 años. «Un beduino de Cádiz», como se define este gaditano con una sonrisa blanca enmarcada en una cara amable de piel tostada, mientras toma un café en un local levantado sobre la antigua zona de botadura de los buques que aquí se construían.

El Ayuntamiento reconoce que existe un proyecto para aumentar la seguridad en la zona, últimamente ocupada por el menudeo de droga, según aseguran los vecinos. Los técnicos municipales estudian la forma de poner un plan de vigilancia en marcha, aunque no hay plazos ni diseño concreto, según reconoce.

Mayor seguridad

Este suburbio de los extramuros de Cádiz creció sobre 230.000 metros cuadrados ganados al mar. Bajo este distrito quedaron las historias de los petroleros que se soldaban y que llegaban a medir 230 metros de largo.

La reconversión hizo el resto, y a mitad de los años noventa estos terrenos pasaban a ser parte de las reservas de suelo municipal. Entre los primeros pobladores que llegaron cinco años después estaban precisamente los trabajadores de estos astilleros: hasta 107 familias.

Pero el barrio, en el que dos tercios de las viviendas son de protección oficial, sigue en construcción. Lleno de proyectos que parecen haberse parado en el tiempo. Un parque que se construye, que está proyectado para que ocupe 40.000 metros cuadrados, una zona verde que se inundó hace un año y el Ayuntamiento dragó pero nadie nunca volvió a cubrir de verde; el colegio, el ambulatorio....

Rosario Rodríguez, de 36 años, y su pareja José Francisco Barcelona, también de 36, llegaron al barrio hace tres años, a través de la Empresa Municipal de Vivienda de Cádi, Procasa. Su apartamento, por el que pagaron 30.000 euros, es de dos habitaciones, y mide 51 metros cuadrados. «La calidad de los materiales tampoco es muy buena. Tenemos una ventana que no cierra bien y ya nadie viene a arreglarla porque dicen que se ha pasado el plazo», se queja Rosario. Su bebé, Javier, de tres meses, abre los ojos de par en par desde dentro de su carricoche azul.

Rosario echa de menos tener un colegio cerca para cuando su bebé se haga mayor. Y también un centro de salud más cercano, explica.