OPINIÓN

Lloricas

Nunca me han gustado las personas que reparten culpas entre los ajenos para ocultar sus propios fracasos. Es la principal muralla contra el progreso, y esconde una innegable muestra de debilidad e inferioridad.

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Por eso me dan tanto coraje esos hombres de fútbol (en su más amplio sentido: futbolistas, técnicos, periodistas, aficionados, ...) que van llorando por las esquinas y responsabilizan a los árbitros de todas sus penurias. El Cádiz es decimocuarto, se encuentra a siete puntos del ascenso, a 16 del primero y a sólo cinco de los puestos de descenso. Si nos remontamos a las ilusiones generadas en el pasado mes de agosto, no entraría en nuestras cabezas tal fracaso, con todas las mayúsculas.

Aferrarse a los arbitrajes es tender una cortina de humo sobre la realidad, que sólo nubla la visión de quienes no ven más allá. Es mucho más fácil criticar a Mateu Lahoz, que nunca se defenderá, que arremeter contra Dani por fallar dos goles clarísimos. O crucificar a Teixeira Vitienes por interpretar una mano dudosa, para así no explicar el por qué el equipo se vino atrás cuando el adversario estaba rendido. Es más, la expulsión de Graff fue clara, casi tanto como el codazo que endiñó Casas en ese mismo encuentro y que obligó al colegiado a mirar hacia otro lado.

Aquí nadie se rasgó las vestiduras cuando el Cádiz ganó al Celta después de que le robaran un penalti claro y el gol de Dani llegara con la mano. Pasó desapercibido el fuera de juego del trianero en el tanto que le endosó al Granada 74. Y más que se olvidan porque la memoria censuradora siempre tiene a bien olvidar.

El Cádiz es decimocuarto porque la planificación fue un desastre. Se configuró una plantilla para García Remón que quedó descompensada con el cambio de entrenador ya que el sistema era diferente. Recayó todo el peso sobre algunos futbolistas que han rendido por debajo de las expectativas y tienen que demostrar su valoración en el mercado. Y los grupúsculos, que por fortuna están desapareciendo, han hecho mucho daño a un vestuario que nunca se creyó la palabra equipo.

Sin la influencia de los colegiados, el Cádiz seguiría aquejado de los mismos males. Por eso me alegro de las declaraciones de personas sensatas como Calderón o Enrique, y condeno a los que pretenden vender la moto. Son lloricas. A ellos los esperaré el día en que beneficien al Cádiz, y saquen el manual de tópicos: «esa jugada no influyó en el resultado porque fuimos superiores». Entonces, habrá que compadecer a los lloricas del otro equipo. Porque el llanto no es exclusivo de nadie.