TRIBUNA

¿Se sabe que pasó con el 'Año de la Ciencia'? (I)

Con indudable certeza se sabe al menos eso: que pasó. Finalizado 2007, instituido por el Congreso de los Diputados como el Año de la Ciencia, la ciudadanía pierde una vez más la oportunidad de acceder al conocimiento bien guardado del árbol del Bien y del Mal. La Ciencia seguirá estando ahí, cercana, omnipresente, incluso apabullante en su facticidad, pero desconocida en su más profundo sentido. Hubo declaración de intenciones. Y tiempo. Faltó resolución y quizás auténtica voluntad para descorrer un velo que se resiste a ello desde el principio de los tiempos. El objetivo declarado era que «Dada la relevancia que el conocimiento científico y tecnológico ha adquirido en el momento actual, debemos hacer todo lo posible para que los ciudadanos se familiaricen con ellos e incrementen su cultura científica».

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El respaldo unánime que la máxima institución representativa de la voluntad popular -el Congreso de los Diputados-, prestó al evento, podría haber constituido motivo suficiente para propiciar un amplio debate abierto a la sociedad en su conjunto. Pero es evidente que el Año de la Ciencia ha transcurrido sin pena ni gloria y que el debate ha brillado por su ausencia. Y uno no puede por menos que preguntarse: ¿Cómo es que la Ciencia, un fenómeno fundamental, un hecho tan decisivo, un elemento tan definitorio de nuestro modelo de civilización, omnipresente socialmente, determinante de tantos aspectos de la vida cotidiana, de tantos significados cognitivos, intelectuales y culturales, de tan ya larga tradición, de tantas y tantas consecuencias profesionales, académicas, laborales, ambientales, económicas , resulta a estas alturas tan escasamente familiar para esa misma sociedad en cuyo seno se desarrolla?

A veces se ha querido responder a esta cuestión apelando a la proverbial complejidad del conocimiento científico-técnico, inevitablemente vedado para la mayoría de nosotros, ciudadanos y ciudadanas no favorecidos en exceso por las deidades de la sabiduría. Pero no parece que los organizadores del Año de la Ciencia estuvieran pensando en la posibilidad de que la ciudadanía «no experta» llegase a familiarizarse, aun a niveles elementales, con los conceptos básicos o con los intríngulis matemáticos de la Física Cuántica, la Teoría de Cuerdas, o las consecuencias de la curvatura del espacio, por poner ejemplos que nos suenan. Porque entonces, en igualdad de condiciones, y si no queremos caer en una concepción reduccionista de la ciencia, habría que procurar familiarizar a la ciudadanía con los principios fundamentales, teóricos y prácticos, de, por ejemplo, la economía, la psicología, la sociología, la antropología, la historia Una pretensión a todas luces difícilmente realizable, por razones obvias. Luego entonces, ¿a qué puede ser debido no ya el fracaso, sino la indiferencia generalizada ante el Año de la Ciencia? Permítaseme una anécdota para entrar en situación.

Cuentan que Ludwig Wittgenstein, el conocido filósofo del lenguaje, la lógica y las matemáticas, presentó su obra fundamental (el famoso Tractatus Lógico-philosophicus, de 1921) diciendo que era un libro que constaba de dos partes: la parte escrita y la parte no escrita, y que ésta última era, precisamente, la más importante. Del mismo modo, y forzando los contextos, podríamos decir que el libro en que está escrito el conocimiento científico actual tiene dos partes: la explícita y la no explícita, y que, tal como decía Wittgenstein de su libro, esta parte no explícita es sin lugar a dudas la fundamental.

Así, lo que la ciudadanía percibe de la ciencia es prácticamente su aspecto más evidente: sus realizaciones. Realizaciones que revierten a la sociedad en forma de logros de todo tipo, y que convierten a la tecnociencia actual en la más fabulosa cornucopia (cuerno de la abundancia) jamás conocida, un nuevo milagro de la multiplicación del pan y los peces en versión secular y laica. La eufórica actitud que adopta la sociedad ante este milagro laico produce una forma especial de ceguera: ya advertía Edgar Morin al respecto que «difícilmente nos damos cuenta de que nuestras ganancias inauditas de conocimiento se pagan con inauditas ganancias de ignorancia».

Por consiguiente, para que la ciudadanía «se familiarice con el conocimiento científico y tecnológico actual e incremente su cultura científica», no es suficiente con una deslumbrante (cegadora) exhibición de los logros, sino que parece indispensable favorecer el análisis y la reflexión sobre la cara oculta de la ciencia. Si se quiere que eventos como el que nos ocupa sirvan realmente a la sociedad, no se pueden presentar las realidades de manera superficial, parcial e incompleta. Más allá de los museos, de las exposiciones, de los documentales -todo ello también necesario-, es fundamental una seria labor pedagógica que sea capaz de dotar a la ciudadanía de las competencias necesarias para que conozca las cuestiones profundas del hecho científico, sus connotaciones y sus determinaciones sociales, económicas, políticas, culturales, ecológicas , etc., con un enfoque crítico y yendo al fondo de las cuestiones.

Pero no deberíamos perder de vista que una de las peculiaridades de este mecanismo dual que presenta la Ciencia reside en que su funcionamiento no es espontáneo, sino que es administrado desde diversas instituciones, de las que vamos a considerar sólo tres: a) la propia institución científica, cuya idea de divulgación suele reducirse a la exhibición propagandística de los logros tecnocientíficos y a la ocultación de las inauditas ganancias de ignorancia; b) la institución del Estado, cuyos gobiernos avalan la propia gestión enfatizando la diligencia con que ponen a disposición de la sociedad aquellos logros; y c) los intereses económicos que confluyen en los mercados comerciales y financieros internacionales, primeros beneficiarios de los sustanciosos réditos de la ciencia y la tecnología.

Así las cosas, ¿no estaba cantada la posibilidad de que los resultados del Año de la Ciencia quedasen finalmente reducidos, como de hecho ha ocurrido, a unas bienintencionadas declaraciones? Pero, ¿cuáles han podido ser las causas de esta indiferencia anunciada? Mañana seguimos intentando descorrer el velo.