Artículos

Padre, padrone

Pensamos tanto en el futuro de los hijos que nos olvidamos del presente». Esta frase, cogida al vuelo de una radio, es una sabia reflexión que una abuela hacía al respecto del agotador horario que algunos niños y jóvenes padecen. No se sabe con certeza a cuantos padres afecta este «síndrome paternal de seguridad» que ha convertido el horario escolar y las llamadas actividades extra escolares en un disparate, con jornadas que, salvadas las distancias, igualan a las de la explotación laboral infantil del comienzo de la industrialización en la Inglaterra del XVIII descrita por Charles Dickens. Por ello, el día de Reyes, puede ser un buen momento para comenzar el nuevo año con propósito de la enmienda.

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

¿Por qué se les hace esto? Se hace por amor, pero como dice el refrán, hay amores que matan. Se pretende que adquieran las mayores capacidades para enfrentarse a un mundo laboral tan miserable como el que van a heredar, tan competitivo, des-regulado y materialista. Y para ello, nada parece suficiente, así que se les colocan clases complementarias de idiomas e informática. Para compensar carencias o frustraciones de los padres y madres, por lo que quisieron y no pudieron hacer en su infancia y, a riesgo de provocar traumas similares, se les matricula en pintura, música o danza (con un Conservatorio que exige 2 o 3 tardes enteras a la semana). Preocupados por su sedentarismo, y más si se tiene en cuenta la deriva andaluza hacia el sobrepeso, se les manda a nadar, a aprender artes marciales, a gimnasia rítmica o a tenis.

Aunque es verdad que no en todas -ni siquiera en la mayoría- de las casas hay este plan, es una tendencia que afecta a la mayoría de las clases medias. Criticar este hecho va, aparentemente, en contra de la exigencia de incentivar el esfuerzo en los jóvenes que, con razón, hacen profesores y especialistas. También podría entenderse que chirría con los resultados de la evaluación del sistema educativo andaluz que arroja el Informe Pisa.

Pero a esos jóvenes que salen de casa a las siete y media, comen en un santiamén y vuelven a las seis o las siete de la tarde para continuar haciendo la tarea ¿qué clase de vida se les está dando? Va siendo hora de revisar el tópico de que la generación anterior tuvo una enseñanza mejor porque trabajaban y se esforzaban más. Ni tuvieron las posibilidades formativas y tecnológicas actuales, ni jornadas tan agotadoras. Su tiempo de ocio era mayor y se disfrutaba mucho más de la calle y de los amigos.

Con este plan de vida es muy difícil compartir tiempo de ocio en familia durante la semana laboral, más allá de sentarse a la mesa o frente al televisor. Se imponen progresivamente, de forma natural, Internet o juegos informáticos individuales, tipo consolas o Play Station. Salvo juntarse con amigos en casa para hacer un trabajo escolar o preparar un examen, los jóvenes no comparten con sus iguales más que la vida escolar. No puede extrañar pues, la tentación de compensar esta carencia con excesos de fin de semana.

Parece claro que este modelo de vida no es el más adecuado para su desarrollo personal y su formación moral y sin embargo no queremos renunciar a que adquieran nuevas competencias, convirtiendo esta dicotomía en un caso de manual de contradicciones de rol.