SOBRIO. El escritor leonés participó ayer en el ciclo de las Presencias Literarias de la UCA, que acaba de superar el centenar de firmas. / ANTONIO VÁZQUEZ
LUIS MATEO DÍEZ ESCRITOR

«No necesito construirme un personaje para moverme por el mundo»

El escritor, académico y Premio Nacional de Literatura, defiende la narrativa como «la fórmula mágica para transformar el pasado y reconvertirlo en un futuro eterno»

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Sobrio en las formas y en el tono, Luis Mateo Díez es uno de esos escritores severos que elude los focos, tuerce el gesto ante las cámaras y sostiene que «el camino de los libros es la mejor manera de conocer a un autor». Esa concepción de la literatura como un arte austero -fértil y próspero sólo de solapas para dentro-, es un reflejo medido de su personalidad, forjada durante su infancia en los páramos solitarios de León. Premio Nacional de Narrativa, Premio Nacional de Literatura y académico de la Lengua, Mateo Díez visitó ayer Cádiz para ejercer de presencia literaria de honor en el prestigioso ciclo de la UCA.

-¿Por qué empezó a escribir y por qué continúa haciéndolo?

-Tuve pronto la intuición de que escribir era vivir. Y una vez que empecé a hacerlo comprobé que, efectivamente, es una manera de vivir con muchísima más intensidad y en vertientes distintas, en modos diferentes, a los que yo estaba predestinado. Por eso soy un escritor vitalista.

-¿Se puede atrapar el espacio y el tiempo de la infancia en un texto?

-La infancia es un reino cerrado, una patria perdida. Escribir permite que nos adentremos en la memoria de lo que vivimos; que redescubramos y evaluemos lo que sentimos, lo que sufrimos, lo que reímos y lo que leímos. Es una fórmula mágica para transformar el pasado y reconvertirlo en un futuro eterno.

-¿No es una tarea que, finalmente, aboca al que lo intenta a la frustración?

-El concepto de frustración procede de la resignación, en el sentido en que lo define la doctrina cristiana. La resignación cristiana es el límite de la frustración. La escritura debe abocar a lo contrario, porque es un proceso de libertad y de ruptura que apenas deja margen para más frustraciones que las que derivan del fracaso o del desánimo. El motor de la escritura es siempre revitalizador. No le quepa duda.

-¿Hay algo a lo que ya ha renunciado literaria o vitalmente?

-Vivir consiste en ir superponiendo unas etapas a otras. Escribir y vivir son sinónimos de descubrir. Hay que tener una conciencia fuerte del presente, y las mejores expectativas para lo que venga. No he renunciado a nada, pero soy perfectamente consciente de que tengo un camino que recorrer, tanto en mi vida como en mi carrera literaria. Y el avance implica, siempre, una pérdida.

-¿Qué es para usted la nostalgia?

-Es un sentimiento que he ido sustituyendo poco a poco por la melancolía. La melancolía implica una mayor madurez. Es una de las esencias que late en todo lo que escribo.

-¿Y la soledad?

-Es aquello de lo que estamos hechos los seres humanos. Estamos solos, ensimismados. Es un sentimiento de profundo desamparo que... Es una condena, pero también una cuerda de salvación.

-¿Recordar algo implica, siempre, manipularlo?

-Sí. El recuerdo puro y duro no existe. Como todo lo que procede de la memoria, el recuerdo es narrativo. Además, para poder contarlo requiere siempre de una modificación parcial, selectiva. A veces se retoca simplemente con fines estéticos.

-A pesar de su prestigio, es un autor que se prodiga muy poco en los medios, incluso en los especializados. ¿Es algo voluntario?

-Totalmente. Es una convicción firme, absoluta, irrenunciable.

-Ahora se estila más ese tipo de autor personaje que...

-Lo que menos me interesa de un escritor es el falso personaje con el que se disfraza, si es que lo hace, para envanecerse ante los espejos, o para satisfacer los deseos frívolos de la concurrencia. Esa faceta, esa parte del juego, no me ha importando nunca, de verdad... Yo no necesito construirme un personaje para moverme por el mundo, porque yo construyo personajes, es parte de mi interés esencial por la literatura, pero en mis obras...

-¿Ni promocionalmente?

-Hay momentos y momentos, pero me moriría de risa si estuviera todo el día en la tele... Me sentiría como una caricatura.

-Tiene cierta fama de inaccesible. ¿Es de los que piensan que los lectores tienen que conocer a la obra, pero no al autor?

-El libro, muchas veces, te lleva hasta el autor. Sirve para establecer complicidades. Me siento, eso sí, muy bien retribuido por mis lectores: tienen presencia, me reconocen y me amparan. Es suficiente. Estoy en sus manos.

-¿Por qué leer nos hace libres?

-Sin duda. Como escribir. Es un camino de libertad, de apertura a mundos desconocidos, a esos de los que uno solo nunca se podrá apropiar. Una parte sustancial de nuestro conocimiento está en los libros.

-¿Y si no pudiera escribir?

-Uff... Sería lector. De hecho, si tuviera que elegir entre ser lector o escritor, elegiría siempre ser lector.

-¿Es la Real Academia como se esperaba?

-Pues mire, no tenía una idea preconcebida, la verdad. La institución ha sido para mí una grata sorpresa, en el más noble sentido de la expresión. Hay unos grados de responsabilidad con la lengua extremos, y el trabajo que realizan los académicos es de una intensidad llamativa. Su esfuerzo y dedicación -sin atender a otras cuestiones- es su mayor valor.

-¿Cuánto tiempo dedica al día, de media, a escribir?

-Tres horas. Y procuro no rebasarlo. Hay épocas del año en las que escribo mucho, y otras en las que no escribo nada. No soy constante. Lo tengo asumido.

-¿Algún protocolo?

-Ninguno. Como método de trabajo, corrijo mucho. Sigo al pie de la letra aquella vieja máxima condenatoria de Joseph Conrad: «Nunca pases a la frase siguiente si no estás completamente satisfecho con la que acabas de escribir». No logro salir de eso. Además, cuando termino una novela, la congelo: la guardo en el congelador siete u ocho meses, después la saco y veo lo que aún se puede afinar. Pero en cuanto a ceremonias o fetichismos, soy espontáneo. No necesito nada. No tengo ningún respeto a nada, ni a mí mismo siquiera. Durante mucho tiempo escribí, incluso, con ruido.

-¿Qué libro suyo le recomendaría a alguien que nunca lo ha leído para que se inicie, por así decirlo, en su universo?

-Tengo una deuda lejana con un libro que ha marcado mi existencia de cara a los lectores: La fuente de la edad. Para llegar al punto de escritura en el que estoy se podría leer El fulgor de la pobreza y La gloria de los niños.

-La televisión, internet, la educación, los padres... ¿Quién tiene la culpa de que cada vez se lea menos?

-Hay un cierto mito. Este mundo en que vivimos, en general, no lo permite. Pero, no obstante, aunque hay mucha gente que no lee, hay mucha gente que lee mucho, y esos son los que equilibran, en cierta manera, la balanza. Los no lectores están compensados, desgraciadamente para ellos, por los lectores desaforados. La culpable es la velocidad, el vértigo, la cantidad de cosas que nos requieren, inocuamente, fuera de nosotros mismos. Y cierta incapacidad para el ensimismamiento. Cuando uno se concede un mínimo instante de concentración, está en el camino de dejarse ganar por los libros.

-¿Cuál es el secreto, además del talento innato, para escribir esos diálogos perfectos?

-Tengo un pésimo oído para la música, pero muy bueno para las palabras. Para dialogar es bueno saber escuchar, y que lo que escuchas prenda en ti un ritmo, una cadencia. Absorber giros y estructuras.

-La crítica insiste en que su escritura es de factura clásica. ¿Eso es un halago?

-Yo me lo tomo como tal. La clasicidad, esos modos que vienen de tan lejos y se han instalado como formas literarias aceptadas, son un referente. Hay que saber manejarlos a la perfección antes de jugar a otra cosa.

-¿Qué es escribir bien? Y no me refiero a escribir correctamente...

-Es contar con intensidad, pero de la manera más natural posible, aquéllo que quieres decir. dperez@lavozdigital.es