EL MAESTRO LIENDRE

Por poner un ejemplo

El escándalo es la distancia entre el discurso y la obra. Cuanta más disonancia entre lo que se hace y lo que se dice; entre la palabra y el ejemplo que se ofrecen, mayor es la vergüenza ajena. Lo han dicho muchos a los que conviene volver cada poco y el último que lo repetía hasta el cansancio era Julián Marías (que Cervantes tenga a su diestra). Desde sus tiempos, la diferencia entre el discurso de un personaje público y sus actos no ha decrecido. A la vista de los periódicos publicados en Cádiz esta semana, el abismo entre lo dicho y lo hecho crece hasta convertirse en sima. Incluso en la empresa privada es usual que los autores de las normas sean los primeros en forrarlas (pasárselas por el forro). Pero entre particulares, allá películas. Ellos sabrán. Sin embargo, cuando esa situación se produce en la escena de lo público, la indignación consigue asar arterias y quemar la sangre, porque los que protagonizan el bochorno viven del dinero que los demás pagamos a escote.

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Sin ir más lejos de El Puerto, un concejal ha sido capaz de aliarse con tres partidos distintos (socialistas, independientes y populares) con tal de mantenerse más de doce años con sueldo público. Ha sido capaz de ligar su apellido a tres formaciones (que ya les vale a las tres) por tal de permanecer pegado al poder y sus beneficios, para demostrar que no tiene más interés en la comunidad que recibir de ella financiación institucional vitalicia. Es político profesional, dos palabras que debieran ser antagónicas, incompatibles.

Cuando se le pregunta por qué lo hace, por qué es capaz de reirse tanto de votantes y siglas para -legalmente- saltar de un sillón a otro del mismo ayuntamiento, el personaje asegura: «Es que yo he nacido para gobernar». Somos muchos los que pensamos que nacimos para ser el mediapunta que llevara al Cádiz a su primera Champions, emprender luego estelar carrera como actor porno y, en el ocaso, escribir algo como Cien años de soledad. Sin embargo, esos que nacimos para la gloria nos vemos trabajando en una charcutería, de funcionarios o escribiendo cada domingo pamplinas que van a leer ocho amigos, tres compañeros, sus madres, la mía y un tal Mariano. Nacimos para la gloria, pero no salió. Así que toca currar. Cualquier otra cosa es tenerla de titanio.

Si fuera un caso excepcional, cabría consuelo. Sin embargo, ayuntamientos e instituciones que gobiernan la vida colectiva de los mortales están llenas de casos similares. Asesores eternos (llamados fontaneros) que se creen que arreglan las ciudades por mangonear en equipos de fútbol; concejales a los que sólo se les ocurre subir los impuestos para sostener servicios cada vez peores; ediles de urbanismo que no recuerdan nada y líderes autonómicos que «no saben explicar» por qué la reforma de su casa la pagó una gran firma inmobiliaria.



El mapa del tesoro



Pero la dificultad para que el ejemplo que ofrece cada cual respalde sus palabras tiene reflejo en cada área. En la Cultura, con mayúsculas de Ministerio, también. César Antonio Molina (antes se escribía con preposición) se tira de los pelos tres veces por semana tras declamar que la empresa Odyssey no se saldrá con la suya. Esta semana, la Guardia Civil intervino el gran barco que, presuntamente, perpetró el robo del tesoro submarino hace cinco meses. Igual, los investigadores pensaban que los norteamericanos todavía tenían las pruebas guardadas en fiambreras, las huellas conservadas en papel de aluminio, para que aparecieran casi medio año después intactas, listas para ser utilizadas en su contra. Como si no supieran que les iban a abordar. Pero los que se escandalizan por los asaltos bajo el mar son los mismos que se muestran incapaces de proteger incunables y mapamundis con cuatro siglos que se custodian (es un decir) en la Biblioteca Nacional. Que no nos roben los tesoros bajo el mar, pero conste que no sabemos proteger los que tenemos entre cuatro paredes.

La otra tele



Otros de los que deben dar ejemplo son los responsables de televisiones públicas. Algunos de ellos, a raíz del escandalito de Onda Cádiz, se apresuraron a recordar que todas las cadenas institucionales son iguales y, para corroborarlo, ofrecían la prueba de Canal Sur, tan propagandística, sectaria y despilfarradora (a escala) como la anterior. Pero sin embargo, esta semana ha resucitado una prueba de que no todos cuecen las mismas habas. La tele pública estatal ofreció otra muestra de pluralidad, normalidad, atractivo y moderación con la tercera entrega de Tengo una pregunta para usted, un programa en el que igual participa un independentista, que un comunista, que el líder conservador. Todos sin obstáculos, con las mismas reglas, a cara descubierta, sin más límites que la audiencia. Igualito que en los tiempos de Urdaci. Lorenzo Milá ha conseguido demostrar que tele pública y escándalo no son sinónimos forzosamente. Claro, como TeleTeo y TeleGaspar. Que nadie venga con las diferencias de tamaño, cobertura y presupuesto, que para poner en práctica conceptos como la profesionalidad o la imparcialidad, no importa el tamaño ni el área de difusión de un programa. Se trata de actitudes, nunca de cifras.



Rey puesto



Ni a los más pequeños somos capaces de dar un mínimo ejemplo. Una persona llegada hace años de fuera de la ciudad comentaba esta semana extrañada: «¿Por qué se le da tanta importancia al nombramiento de los Reyes Magos en Cádiz? En otras ciudades los elige cada ayuntamiento sin ruido, sin más». La respuesta a tan inocente duda es que, en Cádiz, ese entrañable trámite se ha convertido, como casi todo, en una hoguera de vanidades en la que importan más los egos de las élites locales (risas) que participan en el ritual que la finalidad del mismo (alegrar a los críos, por si alguien lo había olvidado).

Este año, incluso, algunos candidatos (no los elegidos, afortunadamente) han hecho campañas obscenas para ser seleccionados. Para algunos en ese colectivo -unos pocos, gracias a San Nicolás- lo importante es figurar. Qué tendrá eso que ver con la ilusión, los juguetes y los chinorris hospitalizados. Esta ciudad nunca estuvo tan cerca de ser cateta. Igual, ya lo es. Vamos dando pasitos pa' tras que dijo la gran chirigota de 1992.