ANABOLIZANTE

Qué asco

Yo sé que lo que voy a contar puede incitar más al cachondeo que a otra cosa. Pero lo voy a hacer para que sepáis la fatiga grande que pasé el otro día en el autobús, cuando me pusieron, hablando pronto y bien, un rabo.

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Sí, un rabo. Un rabo como no me ponían desde mis tiempos adolescentes, cuando era aún mas capulla que ahora. Porque lo peor fue que estuve un rato sin darme cuenta, con mi habitual supercaraja, subida en el autobús. Notaba alguien pegadito atrás, pero por la inercia ésta de Madrid, di por sentado que el autobús iba petado y que no había mas remedio que ir apretujados.

Pero mira, levanto un momento la vista, y veo que va medio vacío. Y claro, de ahí a darme cuenta del percal, todo fue uno. No daba crédito. Se me subió toda la sangre a la cara, me dio vergüenza, estaba perpleja, sentí rabia. Y solo se me ocurrió decir con un hilillo de mierda de voz: «No se pegue usted tanto».

Ya ves tú, tan cortada estaba que ni reaccionar podía. Tiene guasa, encima avergonzada. Seguí al tipo con la mirada, y me di cuenta de que, sin cortarse un pelo, iba desplazándose por el autobús, para pegarse a otras mujeres. A mí se me fue calentando la sangre, me entró la mala leche, y justo cuando el agresor se disponía a asaltar a otra víctima, grité fuerte: «¿Muchacha, ten cuidado que ese guarro se pega por detrás!»

El tipo se tuvo que bajar en la siguiente parada, porque todo el mundo se le había mirando escandalizado. Yo me acojoné por un momento, cuando pasó por mi lado, junto a la puerta, pero me alegré al menos de haber reaccionado. Luego en casa me quité los pantalones y los metí en la lavadora, muerta de asco. Y me duché, intentado limpiar el insulto que aquel cerdo había dejado en mi dignidad de mujer.