LA GLORIETA

La otra cuesta otoñal

De nuevo al tajo. Probablemente suene ya manido u obsoleto en pleno octubre, pero es que a diferencia de los primeros años de Democracia, en los que el país se paralizaba en agosto, las vacaciones ya no son sinónimo de agostos mortíferos. Pero los regresos seguirán siendo los regresos, y cuanto más largo es el asueto, peores los estragos de esa depresión postvacacional, con revolución hormonal y recibo de la VISA incluidos. Porque cuando uno disfruta por primera vez en su vida de un mes entero se da cuenta de las verdaderas horas que tiene el día y de las muchas que se pueden perder sin asomo de culpabilidad.

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Y es entonces cuando reconoce a qué huele las nubes y entiende porqué tanta gente no sólo ve la tele y suelta por la boca sapos y culebras al ver los diarios de ..., los concursos cuál y las bagatelas cantizanas rosas, sino que también participa en ellos: es porque te atrapan. Son chupópteros, nicotinoides y, sobre todo, viles de corazón y bolsillo, réquiems por un sueño que alimentan las más básicas esperanzas de los pobres mortales: esas desgracias ajenas, ese momento de gloria, ese dinerillo para tapar agujeros... que cada día se multiplican al mismo ritmo que los topillos por las tierras castellanas. Menos mal que vuelve la rutina y todo sigue igual. La hipoteca sigue agujereando la cuenta, la vecina de arriba sigue cocinando para todo el edificio, pegando voces como si viviera en la mansión de los Clinton y, cómo no, las jornadas de trabajo se hacen interminables, porque será así siempre, duren tres o veinte horas. Porque no serán esas tres o veinte horas tan ricamente perdidas porque sí. O porque no.

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