MUNDO

La rebelión de los niños olvidados

Alumnos de una remota escuela personifican el caos que asfixia Birmania y que ha provocado la revuelta popular

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El sendero es estrecho y su pendiente muy pronunciada. La intensa lluvia convierte el camino en un barrizal, y las piedras que lo jalonan están resbaladizas. Es difícil avanzar. El agua lo empapa todo, y se cuela en el interior de las pequeñas construcciones de madera y bambú que pueblan la jungla del pequeño pueblo de Banlan. Los niños, sin embargo, parecen disfrutar del chaparrón. Juegan y chapotean en uno de los pocos momentos en los que el agua detiene el tiempo y arrastra los problemas que asolan esta región. Es el Triángulo del Oro, la confluencia de Tailandia, Laos y Myanmar -antigua Birmania-, con el río Mekong como vía principal. Un territorio dominado por mafias despiadadas, grupos guerrilleros y uniformes corruptos.

En suelo tailandés, a sólo ocho kilómetros de la frontera con Myanmar, se encuentran los dos edificios de hormigón desnudo que albergan la escuela de Banlan. A las ocho de la mañana el inconfundible griterío de los niños se apodera del patio de tierra batida, y va silenciándose en las aulas. Hay espacio, y presupuesto del Gobierno, para 200 alumnos, pero aquí reciben formación 611 gracias al apoyo de Unicef. Sólo 16 son tailandeses, el resto procede de la antigua Birmania.

Entre ellos se pueden encontrar ejemplos de los graves problemas que afectan a cientos de millones de personas en todo el continente, y muy especialmente a los cincuenta millones de Myanmar. Sus sonrisas son fugaces. Cuando abandonan el recinto escolar cae sobre ellos una cruel realidad. La soledad de los huérfanos, el hacinamiento de los refugiados, los efectos del sida, y los recuerdos de las víctimas del tráfico de personas para la prostitución, y para la explotación laboral.

Diferentes fuentes estiman que por el paso de las Tres Pagodas, la principal puerta entre el norte de Tailandia y la convulsa Myanmar, en el Triángulo del Oro, circula entre el 45% y el 60% de la droga que se consume en el sudeste asiático. Por este mismo puesto fronterizo cruzan, cada año, entre 15.000 y 50.000 mujeres y niños birmanos destinados a la prostitución. La mayoría de estas víctimas han sido forzadas o engañadas, y terminan sirviendo a una media de quince clientes diarios en burdeles del sudeste asiático. Las condiciones allí son inhumanas. Lo cuenta Jin, una niña de 14 años rescatada de un burdel de Pattaya, que ahora acude a clase en la escuela de Banlan. «No podíamos salir del edificio, y si el hombre se quejaba la mamasan nos daba una paliza, nos castigaba sin comida, o nos encerraba en cuartos oscuros». Por las Tres Pagodas también cruzan ilegalmente miles de birmanos a los que se explota en la agricultura y la industria.

Lógicamente, todo esto no sería posible sin la connivencia de cientos de militares y policías corruptos que se benefician de un negocio tan lucrativo.

Los niños son las principales víctimas de los problemas endémicos de la antigua Birmania. Inocentes, indefensos, manejables. Los militares se valen de algunos de ellos en sus filas, y muchas jóvenes son utilizadas como esclavas sexuales. Los más pequeños son también moneda de cambio, mercancía. Algunos tienen suerte y acaban en uno de los muchos campos de refugiados de Tailandia, donde han encontrado un nuevo hogar 150.000 birmanos. En la escuela de Banlan reciben la educación que su país les negó. La vida de nueve alumnos representa la base del descontento social en Myanmar. Ellos personifican las razones que subyacen en la revolución azafrán.

NA-00

9 años

Explotación laboral

Cinco euros al día no son suficientes para sacar adelante a una familia de ocho miembros. Por eso, todas las manos son necesarias. Incluidas las de Na-oo, de nueve años. Cada día, cuando acaba las clases en Banlan, deja la mochila y se une a sus padres en el jardín de las naranjas, una explotación frutícola que da trabajo a muchos inmigrantes ilegales como ellos. Los adultos cobran 1.5 euros al día. Los niños, la mitad. «Si no trabajamos nosotros, no podemos comer», explica el niño. Él pasa cinco horas al día recogiendo naranjas. Sus progenitores, doce. Al final del día les espera un bol de arroz con vegetales. Los domingos se le añaden unos trozos de pollo.

Hace dos años que Na-oo cruzó la frontera a bordo de un camión cargado de electrodomésticos chinos. Junto a él viajaban su madre y sus dos hermanos mayores. Todos ellos iban a encontrarse con el padre de familia, Tokh, que llevaba ya varios meses en Tailandia. «Aquí nos dan trabajo y nadie nos amenaza con matarnos», comenta. Pero son inmigrantes ilegales, el escalón más bajo del ámbito laboral.

Los empresarios se aprovechan de la necesidad, y pagan una cuarta parte de lo que ganaría un tailandés.

JIN

14 años

Esclavitud sexual

Todavía tiene miedo de caminar sola. «La raptaron cuando iba a casa de su tía, y luego la vendieron a la mafia», explica una de sus profesoras. Sólo tiene catorce años, pero Jin ya ha sufrido mucho más que la mayoría de adultos. Es una de las miles de víctimas del tráfico de personas para la prostitución. Myanmar es uno de los países emisores más importantes de la región. «Las birmanas acaban en burdeles baratos donde son esclavizadas. Algunas son asesinadas, y la mayoría contrae enfermedades como el sida». Afortunadamente, Jin fue rescatada de un burdel de Pattaya, en Tailandia, durante una redada policial, y está limpia. «La trajeron aquí porque no tiene documentos birmanos y, sin ellos, Myanmar la rechaza».

«No echo de menos mi país», cuenta la niña. «Allí ya no tengo nada, porque mi familia no querrá saber nada de mí después de lo que me ha pasado». Las jóvenes violadas y forzadas a vivir del sexo están estigmatizadas de por vida. «Aquí me tratan bien, y puedo ir a la escuela. Allí muchas chicas como yo acaban muertas a manos del Ejército o de los guerrilleros».

NUCHWARA

15 años

Minorías étnicas

Nuchwara es el espejo de Jin. Pertenece a la minoría étnica Lahu, y vivía en el estado Karen de Myanmar, al este del país. El Ejército acusó a su familia de colaborar con el Ejército Karen de Liberación Nacional (EKLN), y varios soldados la violaron junto a su madre. Amenazadas de muerte, y huyendo del fantasma de la prostitución que acecha a las víctimas de violaciones, la familia decidió cruzar la frontera a la desesperada sobornando a los militares con los escasos ahorros que tenían. Fueron admitidos en uno de los campos de refugiados cercano a Banlan, a donde se trasladaron un año después. «En la escuela soy una más, porque hay muchos niños de todas las minorías étnicas de Myanmar», cuenta Nuchwara.

KRIT

11 años

Narcotráfico

No se cambia nunca de ropa. El pantalón de chándal azul y la camiseta con el logotipo de la escuela de Banlan son las únicas prendas que posee. Cuando regresa de la escuela y tiene que recoger la casa y preparar la comida, Krit se quita la ropa y trabaja en calzoncillos. «No quiero ensuciar el uniforme», explica. Sólo tiene 11 años, pero ya es el cabeza de familia.

Su progenitor cumple cadena perpetua en una cárcel tailandesa por tráfico de drogas. Su madre trabaja en el jardín de las naranjas, y no tiene tiempo para cuidar de su hermano menor, de apenas tres años. «Mi padre es malo», cuenta. «No está con nosotros porque hizo cosas malas, y ahora vivimos mal». Su chabola es la peor acondicionada del pueblo. Ni siquiera los plásticos donados por los vecinos impiden que se inunde la única estancia.

Los tres familiares duermen sobre una colchoneta, y botellas vacías de whisky tailandés demuestran los problemas que su madre tiene con el alcohol. «Empezó a beber cuando llevaron a mi padre a la cárcel».