Manuscrito del Cántico Espiritual que se encuentra en el convento de las carmelitas descalzas de Jaén
Manuscrito del Cántico Espiritual que se encuentra en el convento de las carmelitas descalzas de Jaén - ABC
Cultura

Peripecias de un manuscrito sublime que se salvó de milagro

El Cántico Espiritual de San Juan de la Cruz, un reclamo cultural de Jaén que sobrevivió a dos purgas

Jaén Actualizado: Guardar
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El periplo del manuscrito del Cántico Espiritual, obra cumbre del más grande poeta que vieron los siglos y esperan ver los venideros, parece la trama de una novela histórica: San Juan de la Cruz memorizó en la cárcel de Toledo los versos que dictó después a un amanuense en Granada. Las hojas sueltas las regaló a una priora, que a su vez se las entregó a una monja entristecida. Ésta las llevó consigo en una talega por Sevilla y Baeza antes de que la experiencia mística de otra hermana la guiara a Jaén para fundar el convento de las carmelitas descalzas, cuyas religiosas escondieron el libro durante la depuración de la obra del frailecillo. Mucho después, en la Guerra Civil, los milicianos tampoco dieron con él.

El manuscrito reposa hoy en una urna de plata cobijada en un estuche de madera que las hermanas abren en contadas ocasiones. Encuadernado en terciopelo rojo, su hermosa caligrafía encaja con la lírica excelsa de San Juan de la Cruz, cuya poesía, en palabras de la superiora, Carmen de Santa Teresita, «abre ventanas». Es de suponer que con vistas a Dios. De ahí el celo con el que la comunidad religiosa custodia el texto del códice, que, además de sintetizar la doctrina espiritual del fraile, es su mayor tesoro. Y un atractivo cultural para la ciudad, como demuestran las constantes visitas de turistas que recibe este convento que acaba de cumplir 401 años.

Cuando en 1615 la carmelita Isabel de la Encarnación fundó el monasterio de Jaén, trajo consigo el manuscrito, obsequio de Ana de Jesús Lovera. Ambas eran hijas espirituales de San Juan, que regaló el Cántico a Ana, superiora de un convento granadino, y apadrinó el noviciado de Isabel el día en que, temerosa de la nueva vida que emprendía, se dejó llevar mansamente de la mano por el santo de Fontiveros hacia el camino de perfección. Ambas le profesaban un amor filial y se profesaban un amor fraternal. Por eso, la partida de la superiora hacia Madrid apenó a Isabel. Para consolarla, Ana le dio el libro del fraile, que introducido en una bolsa de tela viajó con ella por Andalucía.

Tras una estancia en Sevilla, Isabel de la Encarnación partió hacia Baeza, en cuyo convento residía la hermana Bernardina, quien, tras un episodio místico, dijo a la superiora que Dios urgía a que se construyera un monasterio en Jaén. La petición es escuchada: Isabel funda poco después el primer convento de España dedicado a Santa Teresa, donde la calma sustituye ese trasiego marca de la casa carmelita que le llevaba de un lado para otro. Es también el final del camino para las hojas volanderas del Cántico, que, ya encuadernadas, se aprestaban al sosiego sin sospechar que lo peor estaba por venir.

En la pugna entre descalzos y mitigados motivada por la reforma de la orden carmelita, San Juan, reclutado por Santa Teresa, toma partido a favor de los primeros, pero sin propender al maniqueísmo, lo que le convierte, por su rectitud, en un hombre incómodo. De ahí que antes de su muerte sufriera un trato humillante. Y después, una purga literaria que intentó acabar con su obra. Fue tal el empeño que apenas un puñado de sus cartas se salva, literalmente, de la quema. También lo consigue el Cántico Espiritual, la pieza más buscada por sus detractores, que inspeccionan sin éxito el convento de Jaén. «Cuando las monjas esconden, esconden bien», sentencia, mientras sonríe, la actual priora del convento.

Para sustentarlo, Carmen de Santa Teresita explica que las religiosas se dieron la misma maña cuando varios siglos después, durante la guerra civil, ocultaron el manuscrito y otros objetos de valor espiritual para evitar que cayeran en manos republicanas. Hubo piezas del convento que no superaron la persecución religiosa, pero el Cántico eludió de nuevo el peligro. Como no parece lógico sobrevivir a tantas idas y venidas, vicisitudes y riesgos, la superiora lo tiene claro: «A este libro lo salvó Jesús».

El modo exacto de hablar a Dios en verso

Descubre tu presencia,/ y máteme tu vista y hermosura; /mira que la dolencia/ de amor, que no se cura/ sino con la presencia y la figura.

Esta estrofa, la undécima, es la diferencia más notable entre los dos manuscritos del Cántico Espiritual dictados directamente por San Juan de la Cruz. El primero, denominado códice A, que se conserva en el convento carmelita de Sanlúcar, es el borrador del segundo, cuyas propietarias son las religiosas de Jaén. En el códice B el santo pasa a limpio los esbozos de su doctrina espiritual e incluye la nueva lira para enriquecer un texto sublime.

El Cántico Espiritual es el modo exacto de hablar a Dios en verso. San Juan de la Cruz, el mayor de los místicos, expresa de un modo nunca superado el proceso de unión del alma con el Creador. Así lo entiende la crítica literaria y lo confirman lectores que, como la madre Carmen de Santa Teresita, guardiana del manuscrito, alaban la transparencia de su escritura.

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