José Calvo Poyato - DESDE SIMBLIA

San Rafael y Antonio del Castillo

Era una insensatez la decisión del gobierno municipal; en la rectificación se ha llevado a cabo una loable restauración

José Calvo Poyato
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Estamos en puertas del cuatrocientos aniversario del nacimiento de uno de los referentes más importantes de la pintura cordobesa y de la pintura española del barroco. Antonio del Castillo y Saavedra fue un artista más que notable, que tuvo la «desgracia» de ser contemporáneo de los Velázquez, Zurbarán, Valdés Leal o Murillo. Las obras de estos genios eclipsaron en gran parte la suya y también la de otros competentes artistas de su tiempo. Antonio del Castillo nació en nuestra ciudad en 1616 y en su obra, según nos cuenta Palomino —casi contemporáneo suyo, aunque algo más joven— en su «Museo Pictórico y Escala Óptica», no sólo era un excelente pintor, sino un gran dibujante. Paseaba por Córdoba y sus alrededores, llevando en su zurrón el «recado de pintar» y en esos paseos visitaba los cortijos y gañanías cercanas para dibujar del natural a los pastores y sus cabañas, las cabalgaduras, los carros y los animales de tiro, los aperos de labranza, los rústicos ajuares de los campesinos, así como algunas escenas de la vida en el mundo rural cordobés.

Nos ha dejado centenares de dibujos, algunos de ellos sólo son bocetos, que le servían para elaborar su pintura, que es una excelente fuente de información para acercarnos a aspectos de la vida cordobesa de la época.

Pero no es esa importancia que tiene el artista como fuente de información de un tiempo pasado la principal razón por la que nos referimos a él en este momento —tiempo habrá de hacerlo—, sino porque Antonio del Castillo, como artista de su tiempo, reflejó en su obra el ambiente de entonces que estaba teñido de un intenso espíritu religioso. Muchos de esos dibujos le sirvieron para configurar los fondos de sus obras de temática religiosa. Reflejo de ese espíritu religioso fue el encargo del cabildo municipal para que pintase un «San Rafael». El arcángel había sido nombrado regidor perpetuo de la ciudad en consideración a que era el custodio de Córdoba y asignársele la salud en una de las duras epidemias sufridas por la ciudad en el siglo XVII.

El «San Rafael» de Antonio del Castillo ha superado la vicisitudes políticas vividas en nuestra ciudad —Córdoba es un ejemplo más del agitado devenir, agitado al menos en varios momentos, de nuestra historia— y ha llegado hasta el siglo XXI ocupando un lugar preeminente en el edificio que ha albergado las casas capitulares. No era lógica la decisión del gobierno municipal de sacar el cuadro de las dependencias capitulares. No era lógico porque esa pintura es para unos cordobeses un reflejo de su pasado, para otros una obra de arte con su historia —ligada en ambos casos, no lo olvidemos, al cabildo municipal—, para otros, en fin, un objeto de devoción. La Córdoba del siglo XXI no es la del XVII, pero es su heredera. La presencia del «San Rafael» de Antonio del Castillo en el Ayuntamiento es una manifestación de lo que eran los cordobeses en el siglo XVII, una tesela del mosaico que es nuestro pasado.

Siendo los planteamientos de hoy muy distintos a los de entonces, era una insensatez la decisión del gobierno municipal. El rechazo —muy amplio entre los cordobeses— llevó a la alcaldesa a rectificar y a llevar a cabo un loable proceso de restauración que ha convertido el cuadro de Antonio del Castillo en una de las referencias de la pasada onomástica del Arcángel.

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