Pasar el rato

Bebedores amontonados

En el botellón de este año no hubo incidentes, síntoma de que se vulgariza

Panorámica de la zona de botellón de la Feria de Córdoba Rafael Carmona
José Javier Amorós

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Por su propia naturaleza poética, la fiesta tuvo que ser vigilada por la Policía, para evitar que participaran en ella menores de edad y se introdujeran armas blancas en la conversación. El pasado miércoles tuvimos botellón en la Feria de Córdoba , un amontonamiento de bebedores a la intemperie. El botellón es un acto de soledad amotinada, por eso tiene tan poca utilidad terapéutica, porque de la soledad hay que salir a solas, no mediante la agrupación de soledades.

La gente se convocó para beber, como si la bebida fuera un fin y no un pretexto. ¿Beber para olvidar? ¿Para olvidar la familia, los amigos, el paro, el Gobierno, la neurastenia? Mejor olvidar primero y beber después. El buen vino exige un corazón limpio y en paz, para que pueda alegrarlo. Cuando el corazón está turbio, el vino lo oscurece aún más.

En el botellón del miércoles se amontonaron para beber algunos cientos de aficionados jóvenes. Muchos parecían menores de su propia edad . Los vigilaba la Policía cordobesa, en sus variedades Local y Nacional, auxiliada por colegas de la Policía montada de Sevilla, y con el concurso tecnológico de un dron. El dispositivo de seguridad habitual en cualquier inocente celebración de cumpleaños.

Al no tratarse de una actividad nociva, ni insalubre, ni peligrosa, la Policía estaba allí por exceso de celo. En cuanto a las armas, cada soldado llevaba en su mochila todo lo necesario para herirse. Mi querido y admirado Manuel Alcántara llamaba a la ginebra «un cuchillo desleído». A él, que sabía lo que bebía, un gin-tonic le duraba más que un discurso de Pedro Sánchez . Unas copas las conversaba y otras copas las leía, según la ocasión.

Nunca perdió la cabeza, para que sus lectores y amigos pudiéramos encontrarla más deslumbrante cada día. La bebida apuñala las entrañas cuando se administra sin sosiego, sin paciencia, a sorbos grandes y apresurados, urgentes, ansiosos. Beber bien lleva su tiempo, como echar a Pedro Sánchez de la Moncloa ; tiene sus trámites, pide maneras. No hay que beber cualquier cosa ni en cualquier compañía. Y nunca, bajo ningún pretexto, hay que emborracharse. La bebida es un placer lento y afable. El vino tumultuoso, desordenado, psicopatológico, desemboca en el servicio de urgencias de la Cruz Roja .

Allí se llevaron a 43 jóvenes pensadores exhaustos , aquejados de lo que se conoce pudorosamente como intoxicación etílica. Lo mismo que sucedió tantas veces a Edgard Allan Poe, Charles Baudelaire , Francis Scott Fitzgerald, Ernest Hemingway , Rubén Darío, Manuel Machado y hasta Marcelino Menéndez Pelayo. Nuestros botelloneros, como los más grandes. Pero sin obra escrita. Cantada, quizás.

La prensa destaca que en el botellón de este año no hubo incidentes. Tampoco los hubo en la misa de doce del domingo en la Catedral de Córdoba, más allá de la fugaz decepción de algunos pecadores por no haber recibido todavía el ciento por uno. Ni hubo incidentes en un concierto de la Orquesta de Córdoba en el Gran Teatro. Ni en una boda de quinientos invitados en el Círculo de la Amistad . El botellón se vulgariza.

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