Nati Gavira - Puerta giratoria

Ayuda a domicilio

Mal pagadas, mal entendido su trabajo y su valor, nos han hecho entender su tarea sin usar a sus usuarios

Nati Gavira
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Alguna trabajadora de ayuda a domicilio necesita dos trabajos más como el que le da el Ayuntamiento, a través de una empresa concesionaria, si ella y su familia tienen la rara y discutible ambición de comer a diario. Y hay quien en público se pregunta las razones de los índices de economía sumergida que se le suponen a Córdoba. Muy pocas tienen un contrato a tiempo completo, todas ven incumplir el convenio colectivo y son muchas las que no alcanzan los cuatrocientos euros de remuneración mensual. Y menos.

Son ochocientas mujeres cordobesas de la capital, hasta mil doscientas si sumamos la provincia, con capacitación profesional para ocuparse de este servicio cada vez más necesario, el mismo con el que cualquier candidato municipal se desgañita el atril mitinero como señuelo de sensibilidad, como gesto diferenciador del contrario.

Es común, después, ver descuidado la aplicación de su compromiso, oculto en el cajón de la política social invisible. La ayuda a domicilio es cara en su ejecución y poco rentable en las urnas. ¿Por qué nunca se cuenta cuánto cuesta y quién lo paga? El juego está en poner en evidencia que administración abona menos por el mismo concepto y convertir el dato en arenga; las personas van después.

En Córdoba, la asistencia social a la familia es muy deficitaria, como en el resto de provincias de Andalucía, pero solo en este espejismo en que vivimos aquí podemos asistir a la declaración institucional en el pleno municipal para la protección laboral de estas mujeres. Esta ciudad se está acostumbrando al desiderátum y ahí se detiene toda determinación política. Si lo que se busca es hacer municipal el servicio sin la mediación de una empresa que busque el legítimo beneficio, más bien parece el acuerdo municipal un aldabonazo para el silencio. Tiempo mediante y un poco de sosiego inyectado por la escucha pondrán calma en un conflicto que no estalla por la disposición de estas empleadas. Claman porque el Ayuntamiento sostenga con dignidad el que puede ser el servicio más imprescindible, no quieren ser empleadas municipales pero buscan un paraguas bajo el que ser útil no sea gratis.

Mal pagadas, mal entendido su trabajo y su valor, nos han hecho entender su tarea al apartar a los usuarios de sus demandas. Podrían usarlos y no lo hacen. No son ellos los responsables de los desmanes políticos, sino las víctimas de la desidia. Con redaños y decencia acuden a sus compromisos con las familias a las que asisten. Saben que con su llegada, mitigan la soledad y cambian el ritmo del día a muchas personas ancianas aisladas y solas. No han desdeñado el vínculo que han creado con algunas casas y están dispuestas a seguir viviendo el anochecer de muchas vidas aunque no se reconozca sus ganas de hacer de un oficio una manera de vivir ayudando, mirando a los que ya no cuentan ni con urnas ni con nóminas.

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