La doctora Elena Barraquer (centro) durante su último viaje en Ruanda
La doctora Elena Barraquer (centro) durante su último viaje en Ruanda - FUNDACIÓN BARRAQUER

La gran diosa blanca que devuelve la luz

Desde que realizara su primer viaje a África en 2004, la doctora Elena Barraquer y el equipo de su fundación han operado de cataratas gratuitamente a 11.576 personas

Madrid Actualizado: Guardar
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En la isla de Ibo, situada en la costa norte de Mozambique, la doctora Elena Barraquer (Barcelona 1954) es considerada una deidad desde que pasó por allí en junio de 2015. Ella dice ser «solo una oftalmóloga». Sin embargo, gracias a su compromiso por «devolver la ilusión» a quienes más lo necesitan, 377 personas de esta comunidad africana recuperaron la visión. La doctora borró las cataratas que nublaban su día a día y la luz volvió a sus vidas. En aquella ocasión, regresó de Mozambique con el bastón que le regaló un anciano porque ya no lo necesitaba y con la emoción de ver a una abuela contemplar el rostro de su nieta por primera vez.

Fue en el año 2003 cuando la doctora, junto con su hermano –Rafael– y su padre –Joaquín–, constituyeron la Fundación Barraquer con una clara misión: continuar con la labor iniciada por su abuelo, el profesor Ignacio Barraquer, que en 1941 inauguró un dispensario social en su clínica.

Así, los pacientes que no podían costearse el tratamiento eran operados sin cargo alguno. Y es que, la solidaridad es tradición con solera en el seno de esta familia de oftalmólogos.

Una labor que se hizo realidad gracias a los fondos obtenidos con la venta de un coche único: el Mercedes-Benz 540 K que el Rey Faruk de Egipto regaló al patriarca de la familia y del que solo se conocen tres unidades en el mundo. Desde que realizara su primer viaje humanitario a Senegal en 2004, la Fundación Barraquer ha realizado 92 expediciones por el continente africano, la India y Centroamérica, en las que ha realizado un total de 11.576 cirugías.

La doctora Barraquer considera cada viaje como «una mezcla entre satisfacción –por lo conseguido– y de que queda mucho por hacer para erradicar las cataratas en los países en vías de desarrollo», una operación que es sencilla y eficaz si se dispone de los medios adecuados. Para eliminar las cataratas se utiliza un facoemulsificador, que a través de una sonda de ultrasonidos va pulverizando el cristalino en partículas que son aspiradas al mismo tiempo. Después de limpiar la zona afectada, se coloca un cristalino artificial que corrige las dioptrías que el ojo necesita para poder ver bien.

Las operaciones se desarrollan a un ritmo tan frenético que apenas tiene tiempo de relacionarse con los pacientes. El equipo de la Fundación llega a los quirófanos habilitados sobre las 8 de la mañana. Una hora después comienzan las intervenciones, que tienen una duración media de 20 minutos por paciente. «Así, todos los días, hasta las 9 de la noche más o menos», reconoce la doctora Barraquer, que a pesar del duro trabajo disfruta hasta el último momento. «Me encanta destaparles los ojos el último día porque te das cuenta de todo lo que les ayudas al recuperar la visión».

Cada expedición le cuesta a la Fundación «unos 30.000 euros en material fungible para las operaciones», asegura la oftalmóloga, que añade que en algunas ocasiones las autoridades locales han intentado cobrarles impuestos aduaneros. «Ni he pagado nunca, ni pienso hacerlo», declara con contundencia al tiempo que denuncia la corrupción como principal responsable de la falta de medios en la sanidad pública de los países que visita. Como anécdota, señala que en uno de cada tres países les piden que dejen como regalo los aparatos que llevan para operar.

De su último viaje al continente africano, en el que la doctora y su equipo visitaron Rwamagama (Ruanda) entre el 23 y el 29 de julio, volvió con un ligero sabor agridulce por no haber podido operar a tantas personas como hubiera deseado. «Por motivos que desconocemos, el oftalmólogo local no se había esforzado lo suficiente y solo pudimos hacer 198 intervenciones». Además, tampoco pudo intervenir a un niño de 7 años porque los anestesiólogos locales no quisieron aplicarle anestesia general por no estar acostumbrados a hacerlo con niños. «Son muy buena gente, sencillos, inocentones…pero se relajan demasiado y a veces esperan que otros les ayuden», declara con cierta resignación. No obstante, la experiencia fue tan satisfactoria como siempre. Y es que, el agradecimiento de sus pacientes le hace sentirse necesaria y útil.

Un sentimiento que le motiva a seguir devolviendo luz con sus manos, y que en septiembre le llevará a Argelia y en noviembre a Níger. Una experiencia vital que le ha hecho ser mucho más impaciente con aquellos que se quejan por banalidades. «Viajar a estos países te hace darte cuenta de que realmente tenemos una cantidad de cosas superfluas e innecesarias a las que nos aferramos que son una tontería».

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