La saga Fernández-Vega de Oviedo, casi al completo. De izquierda a derecha, Luis (director médico del instituto, Javier (cirugía plástica de ojos), Mónica (anestesista), Lucía (estrabismo), Álvaro (retina), Beatriz (retina) y Luis jr. (córnea y cirugía refractiva)
La saga Fernández-Vega de Oviedo, casi al completo. De izquierda a derecha, Luis (director médico del instituto, Javier (cirugía plástica de ojos), Mónica (anestesista), Lucía (estrabismo), Álvaro (retina), Beatriz (retina) y Luis jr. (córnea y cirugía refractiva)

Médicos, de padres a hijos

ABC Salud reúne a ocho sagas familiares en las que la Medicina corre por sus venas. Son médicos por vocación y por historia familiar. Esta es la historia de los doctores Dexeus, Barraquer, Fernández-Vega, Jiménez, Corcóstegui, Manrique, García de Sola y Vañó

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  1. La quinta generación de oftalmólogos

    La saga Fernández-Vega de Oviedo, casi al completo. De izquierda a derecha, Luis (director médico del instituto, Javier (cirugía plástica de ojos), Mónica (anestesista), Lucía (estrabismo), Álvaro (retina), Beatriz (retina) y Luis jr. (córnea y cirugía refractiva)
    La saga Fernández-Vega de Oviedo, casi al completo. De izquierda a derecha, Luis (director médico del instituto, Javier (cirugía plástica de ojos), Mónica (anestesista), Lucía (estrabismo), Álvaro (retina), Beatriz (retina) y Luis jr. (córnea y cirugía refractiva) - MARIO ROJAS

    Luis Fernández-Vega Sanz es bisnieto, nieto, hijo y también padre de oftalmólogos. La quinta generación ya está ejerciendo la Oftalmología en Oviedo, donde el instituto que lleva el nombre familiar se ha convertido en un lugar de peregrinaje para los cien mil pacientes que acuden cada año en busca de una solución para sus ojos.

    Hoy resulta frívolo pensar que alguien con esta trayectoria y herencia familiar quisiera trabajar en algo diferente que no fuera la Oftalmología. Pero él lo intentó. «Dudé si hacerme economista y llegué a matricularme al mismo tiempo en Medicina y Económicas sin que lo supieran mis padres. Iba a dar clase a las dos Facultades. Quizá fue un acto de rebeldía propio de la juventud, pero las dudas solo me duraron unos días. Yo quería saber que lo hacía por convicción, no como un acto de mimetismo con la tradición familiar», recuerda.

    Su entrenamiento como oftalmólogo comenzó a los 7 años, ayudando a su padre a marcar las letras que debían leer los pacientes para diagnosticar sus problemas de visión. A los 15 años ya entraba en el quirófano y en 1982 Luis Fernández-Vega Sanz se convirtió en el catedrático de Oftalmología más joven de España. «Mi formación fue privilegiada, con el profesor Ramón Castroviejo. Suelo bromear diciendo que en mi primer trasplante de córnea, tuve de ayudante al doctor Castroviejo. Todavía recuerdo cómo me golpeaba con las pinzas en los nudillos cuando hacía algo mal en el quirófano».

    Llegó a la Oftalmología por convicción, como también lo han hecho sus hijos y sus sobrinos. «En nuestra familia no se presiona ni se induce a nadie, aunque resulta difícil abstraerse de una profesión tan bonita que puede devolver uno de los sentidos más preciados y con la que hemos visto disfrutar tanto a nuestros padres». Fernández-Vega recuerda a aquellos pacientes que le decían a su padre «gracias a usted puedo ver».

    A él sus dos hijos -uno oftalmólogo licenciado y otro en camino- también le han visto cada noche divertirse con su profesión, «estudiando técnicas nuevas y viendo vídeos de oftalmología. Ahora el mayor está absolutamente ensimismado con su profesión. Creo que resulta difícil abstraerse a este ambiente».

    Sin embargo, el apellido no basta para ser admitido en un centro que tiene la excelencia como marca. «Tenemos un protocolo muy estricto que, entre otros cosas, obliga a los médicos de la familia a hacer la especialidad en otro centro. No hay favoritismos», explica.

    El embrión de lo que es hoy el Instituto Fernández-Vega se puso hace cinco generaciones. Sin embargo, el gran salto de aquella consulta en una calle céntrica de Oviedo al hospital actual se dio en 1998. Se pasó de una consulta con una veintena de profesionales trabajando a un instituto con más de 200.

    En el camino, esta familia de oftalmólogos ha sido pionera en trasplantes de córnea, en operaciones de cirugía refractiva para corregir la miopía, el astigmatismo o la presbicia o en introducir las primeras lentes fáquicas (ICL) para tratar miopías elevadas. Ahora están destinando su máximo esfuerzo a la investigación básica, con proyectos tan apasionantes como el cultivo de endotelio artificial para utilizarlo en trasplantes de córnea.

  2. La emoción de devolver la luz a los ojos

    Joaquin Barraquer (en el centro) con sus hijos Elena y Rafael, todos oftalmólogos INÉS BAUCELLS

    El profesor Joaquín Barraquer cuenta que un día en su despacho, cuando su hijo Rafael era niño, le explicaba a unos médicos la extracción de la catarata en unas transparencias. Al mostrar el momento del corte, el doctor dijo: «Y a continuación...». «¡La catarata!», se le adelantó su hijo, que tendría unos cinco años y miraba atento la explicación. «Ya me lo sabía», confiesa el ahora también doctor, cuarta generación de una saga de médicos oftalmólogos que ha sido pionera en Europa en su especialidad. Al día de hoy, la saga continúa y, a pesar de los años, no se debilita.

    Su inicio se remonta al bisabuelo de Rafael y de su hermana Elena, José Antonio Barraquer, que nació en Barcelona en 1852. En 1914 se convirtió en el primer catedrático de oftalmología de la Universidad de Barcelona. Su hijo, Ignacio Barraquer, fue uno de los médicos más importantes en la historia de la especialidad. Desde pequeño, Joaquín entraba en el quirófano con su padre, y a los 13 años realizó su primera intervención. En 1917, Ignacio creó un dispositivo que revolucionó la cirugía de catarata.

    En 1941 fundó en Barcelona la Clínica Barraquer y en 1947 fundó el Instituto Barraquer, dedicado a la docencia e investigación. Actualmente, ambas instituciones están fusionadas en el Centro Oftalmológico Barraquer, en el mismo edificio art decó en el que se inauguraron. Allí creció Joaquín Barraquer, quien realizó su primera extracción de catarata a los 14 años. A raíz de esa cirugía, el joven, que amaba las matemáticas, se decantó por la medicina, en lugar de la ingeniería. Los designios de vida no se cuestionan.

    El Centro Barraquer fue el sitio de juegos para sus hijos, Rafael y Elena, también oftalmóloga. «No he tenido otra experiencia que no sea la medicina», confiesa Rafael Barraquer. Para el resto del mundo, la clínica, desde que la fundó su abuelo, es un centro puntero de la medicina ocular; para su familia, era su hogar. «Viví aquí hasta los 25 años», comenta Rafael. Su padre, aún vive ahí. «Mi tío, trabajaba sábados y domingos», comenta Rafael aludiendo a José Barraquer, a quien se le conoce como el «padre de la cirugía refractiva moderna». Ahora, los hermanos Barraquer ya no viven pero sí trabajan aquí.

    En 2003, Joaquín Barraquer y sus dos hijos crearon la Fundación Barraquer, inspirada en los dispensarios que sus antecesores impulsaron. La Fundación lleva tratamientos oftalmológicos a lugares desfavorecidos. «El reto de nuestra especialidad es erradicar la catarata, que es la razón del 50% de los casos de ceguera en el mundo», explica Elena. Existe la tecnología, mucha de ella se ha creado en este hospital; sin embargo, en esos países «no existen los medios ni los médicos para lograrlo».

    Los especialistas han heredado de su padre la destreza con el bisturí y su compromiso con los pacientes. «Mi padre nos ha enseñado la parte humana de la medicina», agrega la médico. «Siempre me gustó enseñarle a mis hijos y alumnos que traten a sus pacientes como les gustaría ser tratados en su lugar», puntualiza su padre. Actualmente, en la clínica trabajan 32 oftalmólogos, y todos se rigen bajo este precepto. Es ahí en donde se realizó esta semana la implantación de un «ojo biónico», que permitirá ver a un paciente sordo-ciego, que solo puede comunicarse a través del lenguaje de los signos. Se trata de una cirugía innovadora de la que el centro es pionero. La herencia de los Barraquer sigue inspirando a las nuevas generaciones de su familia. Hay tres sobrinos nietos de Joaquín Barraquer que se dedican a la oftalmología; su nieto, el hijo de Rafael, está por terminar medicina. «Es bonito devolver la luz a los ojos», dice Elena Barraquer.

  3. Un siglo de entrega y servicio a la mujer

    El ginecólogo Santiago Dexeus Trias de Bes junto a su hijo Damià Dexeus

    El apellido Dexeus lleva a la mujer en su ADN desde hace casi un siglo. Han pasado 75 años desde que, en 1935, Santiago Dexeus Font, fundador de esta prestigiosa saga de ginecólogos, abrió la primera clínica maternal privada en España y rompió tabúes defendiendo el uso de la anestesia en el parto; siete décadas en las que esta familia de médicos ha luchado con tesón para acercar la especialidad a las necesidades reales de las mujeres. Lo ha hecho desde el conocimiento científico pero, sobre todo, «desde la sensibilidad».

    Santiago Dexeus i Trias de Bes, hijo del primer Santiago Dexeus y nieto de Josep Maria Dexeus, a su vez doctor en medicina general del Ayuntamiento de Barcelona, sabe perfectamente por qué su familia ha conquistado la especialidad. «Los diplomas y los reconocimientos sirven de poco sino tienes el respeto de tus pacientes», asegura. Lo dice un referente en su campo, pionero en la defensa del uso de la píldora anticonceptiva y partícipe del nacimiento del primer bebé probeta español.

    En su su despacho de la Clínica Tres Torres de Barcelona, centro al que trasladó su actividad en 2011 tras romper con sus antiguos socios, y acompañado de su hijo Damià, la cuarta generación de la saga, a este ginecólogo de raza aún le brillan los ojos al hablar de su gran pasión: «Servir a la mujer».

    Con el temple que da la experiencia y la mirada serena, Santiago afila sus palabras al referirse a los males de la profesión. «Se ha mercantilizado», denuncia, y extiende su receta para preservar la salud de la especialidad: «El centro siempre debe ser el paciente», sentencia. Su hijo Damià asiente. Comparte con su padre la filosofía familiar de «cadira i temps» (silla y tiempo), es decir, atención a cada paciente. Damià es el contrapunto perfecto al desorden creativo de su padre. «Él es víscera total y yo el apaciguador», dice. Reconoce que fue su padre quien hace años le inoculó la pasión por la ginecología. «Viéndole me decidí a ejercer», admite este ginecólogo, por ahora, último eslabón de una saga dedicada a la medicina humanista, honesta y cercana.

  4. Un dermatólogo entre radiólogos

    En primer término, Eliseo Vañó (radiofísico) y Carmen Galván (radiooncóloga), padres de Sergio (dermatólogo) y Eliseo jr. (radiólogo). Los dos hermanos está casados con dos médicos también: Paula (oftalmóloga) y Cristina (especialista en Medicina Nuclear)

    A Sergio Vañó le apasiona la Dermatología. Número uno del MIR de su promoción, Vañó podía haber elegido cualquier especialidad en cualquier hospital. Pero él era un dermatólogo vocacional, al que le gustaba cualquiera de las parcelas de la especialidad. «Puedes hacer cirugía, investigación y tienes un buen trato con los pacientes», explica el coordinador de investigación clínica de Dermatología del Hospital Ramón y Cajal de Madrid.

    Podía decidir y optó por el servicio de Pedro Jaén en el Ramón y Cajal, «el mejor de España». «Me convertí en dermatólogo y, al mismo tiempo, en la oveja negra de la familia», bromea. «Mi padre es radiofísico, mi madre radiooncóloga y mi hermano, radiólogo; yo soy el que ha optado por un campo distinto y por un hospital diferente. Tanto mis padres como mi hermano han hecho su carrera profesional y académica en el Clínico San Carlos».

    Todos los recuerdos de su niñez giran entorno a la Medicina y al hospital madrileño. En su casa solo se hablaba de cuestiones médicas porque hasta los amigos de sus padres eran profesionales de la Medicina. «En realidad, nunca me planteé estudiar otra cosa. Creo que a pesar de las dificultades esta profesión te proporciona muchísimas satisfacciones».

    En una familia en la que la Medicina es el motor de sus vidas hubiera sido rara la intrusión de extraños. Los hermanos Vañó se han casado con otras colegas. Eliseo con Cristina, radióloga, y Sergio con Paula, oftalmóloga. «No somos tan raros. Pasas mucho tiempo en el hospital y la endogamia es bastante frecuente». Ambos esperan que sus hijos sigan sus pasos. «Si no lo hacen, no creo que sea motivo para desheredarlos. O eso creo ahora (risas)».

  5. Una cadena de médicos ininterrumpida desde el siglo XVIII

    De izqda. a dcha., Jorge, Gonzalo e Íñigo Corcóstegui, familia de oftalmólogos
    De izqda. a dcha., Jorge, Gonzalo e Íñigo Corcóstegui, familia de oftalmólogos

    «Mi hijo es la quinta generación de oftalmólogos y séptima de médicos. Creo que hay pocas sagas que lo puedan documentar». A sus 69 años, el bilbaíno Gonzalo Corcóstegui recorre orgulloso las páginas de un volumen que consagra la historia de esta familia de galenos . «Nacemos como médicos con Pedro León Corcóstegui, que fue nacido en 1793 en Nanclares de Gamboa, Álava. Le nombran cirujano en 1814. Es el primer médico de la familia del que tenemos conocimiento...», inicia su relato.

    Su dedo recorre la línea dinástica mientras explica que el hijo de Pedro, Jorge, también médico, tuvo dos hijos, Francisco y Andrés, los primeros en consagrarse a la oftalmología. Francisco «se fue a Berlín, en 1860 y tantos, para ver cómo se miraba el fondo de ojo», evoca desde Barcelona Borja, hermano de Gonzalo. «Fue uno de los primeros en hacer oftalmología, que empieza en España en 1900. Un pionero».

    Uno de sus seis hijos, Ángel, que dejó el medio rural para ejercer en Bilbao en 1911, dio continuidad a la tradición recién iniciada. La perpetúan tres hijos; un cuarto se hace cirujano. Ángel, padre de Gonzalo y Borja, se llevaba a sus retoños los domingos por la mañana a la clínica, mientras curaba a sus pacientes. «Muchos de ellos estaban operados de cataratas. Recuerdo la sensación de abrir la puerta y ver la habitación completamente a oscuras, con un paciente con la cabeza vendada. Permanecían ocho días en una quietud absoluta».

    «Yo he compartido la vida de médico desde muy niño. Mi padre Rafael vivía en la misma casa donde pasaban consulta los tres hermanos», relata Jorge, primo de Gonzalo y Borja. «Pusimos la primera lente intraocular, que a mi padre le parecía eso una cosa de marcianos», rememora.

    La nueva ola la encarna Íñigo, hijo de Gonzalo. «Él nunca me dijo que hiciera esto. De hecho, no estaba nada contento cuando le dije que quería hacer Medicina». Es una característica común a los Corcóstegui: ninguna generación ha presionado a la siguiente, pero siempre ha prendido la mecha de la vocación. «Quería ser oftalmólogo porque creo que lo tengo en la sangre», asume Jorge. «No hay nada genético, eso es mentira», rebate Borja entre risas.

    «Alguna vez se acabará. Tampoco va a durar esto 200 siglos», asume pragmático. «Me daría mucha pena», tercia Gonzalo, que confiesa que tiene sus esperanzas puestas en sus nietos, los que ya acompañan a su papá, Íñigo, cuando acude los domingos a la clínica. Porque algunas cosas, en la familia Corcóstegui, no han cambiado.

  6. Vocación familiar por la otorrinolaringología

    Manuel Manrique de la Clínica de la Universidad de Navarra con su hija Raquel
    Manuel Manrique de la Clínica de la Universidad de Navarra con su hija Raquel - CUN

    El doctor Manuel Manrique Rodríguez, jefe del departamento de Otorrinolaringología de la Clínica Universitaria de Navarra supo a lo que se quería dedicar desde muy pequeño a pesar de que en su familia no había ningún antecedente. «Podía tener 12 ó 13 años. Siempre me recuerdo queriendo ser médico». Esa vocación hizo de él uno de los mejores especialistas en problemas auditivos del país.

    La doctora Raquel Manrique Huarte sí que tenía antecedentes. Además de trabajar en el mismo departamento de Otorrinolaringología, es hija de Manuel Manrique. Si a esta afinidad le añadimos que su madre también es médico y del área de Audiología, parecía claro que se decantaría por los problemas del oído. Sin embargo, para Raquel Manrique «es vocación. Aunque una está un poco despistada a los 18 años con la carrera que quiere hacer, tenía un poco claro que quería dedicarme a temas de salud y a la medicina». Pero el detonante para elegir la misma especialidad que su padre no fue la influencia de éste. «Cuando terminé la carrera e hice el examen del MIR, ninguna de mis alternativas tenían quirófano salvo ésta».

    Tampoco el padre cree en la influencia familiar. «Me preocupaba en no crear una cierta obligación de decir tienes que seguir los mismos pasos, sino todo lo contrario. Crear un ambiente lo más aséptico posible para que ella escogiera lo que más le gustara». Eso sí, una vez que su hija ha seguido sus pasos, al recordarlo los ojos del médico adquieren un brillo especial lleno de orgullo. «Es bonito porque te das cuenta de que va madurando, va desarrollándose por un sendero muy acertado y lo compartes con ella».

  7. La tercera generación de galenos que se inició con un médico de pueblo

    El neurocirujano Rafael García de Sola posa con la foto de su abuelo, Luis García Ruz, que fue médico rural en Córdoba y de su padre, el cirujano Rafael García Requena ISABEL PERMUY

    Rafael García de Sola conserva aún el espíritu del médico de pueblo que fue su abuelo. El jefe de Servicio de Neurocirugía del Hospital La Princesa y de Nuestra Señora del Rosario de Madrid lleva media vida ejerciendo. Y aún hoy es incapaz de conciliar bien el sueño, tras una cirugía complicada, hasta saber que todo ha ido bien. És la tercera generación de una pequeña saga de médicos que morirá con él. «El primero fue mi abuelo, médico de un pueblo de Córdoba que tuvo siete hijos y murió en “acto de servicio”, al coger una neumonía después de empaparse una noche por salir a cuidar de un enfermo. Tras su muerte solo mi padre siguió sus pasos como cirujano en Granada. Yo también fui el único de los nueve hermanos que estudió Medicina y ninguno de mis tres hijos ha heredado la vocación. Sinceramente, no me preocupa. No les forcé para que siguieran mis pasos. Medicina es una carrera tan apasionante como dura a la que la sociedad maltrata, con un salario muy por debajo del esfuerzo intelectual y de los desvelos que requiere».

    Sin embargo, ese reto intelectual es el que llevó a García de Sola hasta la Facultad de Medicina y le convirtió en uno de los referentes de la Neurocirugía española. «Cada noche veía cómo mi padre estudiaba cirugías nuevas, escondido entre un montón de libros. Después de cenar le acompañaba en la ronda que hacía para ver a sus enfermos recién operados en los dos hospitales en los que trabajaba. Día, tras día, esto te va calando. Creo que hacerme médico fue un proceso natural, aunque también tuve dudas. Hoy con perspectiva, creo que me equivoqué y debí apostar por la Facultad de Económicas. La Medicina es apasionante pero, como los agujeros negros, te chupan toda la energía».

    A García de Sola le duele la burocracia y los vaivenes políticos cuando en medio están los enfermos. «Ahí la vocación se choca contra un muro», confiesa. Desde el hospital La Princesa ha luchado para que el centro sanitario no se convierta en un hospital de crónicos y por dotarle de los últimos avances que obliga la Neurocirugía del siglo XXI.

  8. Una familia apasionada por la Odontología

    El odontólogo Vicente Jiménez, rodeado de Silvia, David, Pepa y Jaime, sus cuatro hijos dentistas
    El odontólogo Vicente Jiménez, rodeado de Silvia, David, Pepa y Jaime, sus cuatro hijos dentistas - JOSÉ RAMÓN LADRA

    «Dedícate a lo que quieras, pero sé el mejor». Con el imperativo que le marcó su padre, Vicente Jiménez inició la pasión familiar por la Odontología. Este pionero de la implantología dental en España no tenía antecedentes médicos y tampoco perseguía que sus hijos siguieran sus pasos. «Al contrario, les puse muchas pegas y les animé siempre a buscar un camino diferente. Les insistía en que estudiaran derecho, económicas, periodismo..., cualquier cosa que no les llevara a convertirse en dentistas». Pero Jaime, Silvia, David y Pepa cayeron, uno tras otro, en las redes de la Odontología. Hoy la consulta de Vicente Jiménez en Madrid cuenta con un equipo de excepción. «A ellos les dije lo mismo que me dijo mi padre. Había que convertirse en los mejores y si querían trabajar conmigo deberían especializarse en campos diferentes. Solo les dejé entrar en la clínica cuando pude tratarles de tú a tú como profesionales».

    Uno de los requisitos para trabajar con él pasaba por estudiar un par de años en Estados Unidos para terminar su formación. El primero en hacerlo fue Jaime, el mayor, que terminó especializándose en implantes, Silvia en ortodoncia, David en prótesis y Pepa como periodoncista, para tratar los problemas de las encías.

    Todos han concluido sus estudios en la Universidad de Nueva York y aún acuden anualmente a cursos de actualización. «En ese centro suelen decir a sus estudiantes: “Si al terminar no se convierten en los mejores dentistas de su país, considérense fracasados”».

    Como sus hijos, Vicente Jiménez también amplió su formación en Estados Unidos. De allí se trajo nuevas ideas para tratar los dolores orofaciales relacionados con la mala oclusión de la boca y, sobre todo, los implantes dentales, una auténtica revolución de la Odontología. «Hoy parece imposible pensar que cuando aparecieron en los años 80 nadie quisiera ponerse un implante». En aquellos años, Vicente Jiménez tuvo que empezar a regalar tratamientos para que el «boca a boca» le ayudara a difundir las bondades de un tratamiento que hoy es insustituible.

    El empujón definitivo se lo dio la revista «Hola». Vicente Jiménez, amigo de los dueños, les habló de la importancia de difundir un tratamiento que podría cambiar la calidad de vida de una persona. «Aquel reportaje acabó con la mala fama injustificada». Desde entonces, el odontólogo ha escrito cuatro libros relacionados con el que entonces fue un tratamiento pionero y ha creado «un equipo muy bonito, que genera un gran ambiente en la consulta». «Mis hijos me enseñan a mí también. Me han convencido para utilizar técnicas que hubiera desechado de entrada ¡y tenían razón!. Creo que es muy positivo contar con gente joven en la consulta porque te abre la mirada a nuevos campos».

    La saga de odontólogos Jiménez no ha hecho más que empezar. «Mi nieto ya me ha dicho que quiere ser dentista -se ríe- y no me extrañaría que así fuera».

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