El Apunte - Opinión

Las trampas del populismo

El peor mensaje que transmite este movimiento es que todo es fácil de arreglar si se quiere

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Una de las muchas taras del populismo –en cualquiera de sus muchas versiones, de izquierdas o derechas, en España o en cualquier otro lugar– es transmitir la idea de que cualquier grave problema social puede resolverse con sencillez. Se trata de voluntad, dicen sus portavoces. Si queremos de verdad si nos lo proponemos, en unas semanas es posible acabar con el hambre en el mundo, con las guerras, con las exclusiones y el clasismo, con las injusticias del capitalismo, del comunismo y de cualquier sistema político.

Como los libros de autoayuda pero elevado a poblaciones enteras, el mensaje es «si quieres, puedes: todo están en tu mano, sólo hay que desearlo con mucha fuerza». Sin embargo, ese concepto infantil y reduccionista se derrumba al primer contacto con la realidad.

Los problemas que condenan a miles de personas a vivir en la calle, a perder sus casas o sus trabajos son diversos, profundos, complejos, incluso cambiantes.

Estas decepciones nunca deben suponer resignación pero sí vacunarnos contra las promesas de soluciones rápidas y directas

El gobierno municipal de Cádiz, a su modesta escala, comprueba esta inexorable ley casi cada día. Las promesas de ayuda inmediata para todos choca con evidencias como la necesidad de establecer criterios y plazos, con la obligación de cumplir la ley, con las limitaciones económicas... Es decir, choca con la realidad.

Ya se han producido muchos casos que lo corroboran. El encierro de un grupo de desempleados, en huelga de hambre, en el Salón de Plenos es el último episodio. Hay sistemas –que precisan de urgentes y profundas mejoras– para tratar de dar un empleo al que no lo tiene. Violarlo y tratar de dárselo es incumplir la legislación como ayer recordaban responsables municipales. Convendría que lo hubieran recordado antes, cuando hablaban de dar trabajo a los que más los necesitaban. No es tan sencillo, por desgracia. No es tan fácil, ni es rápido.

Estas decepciones nunca deben suponer abandono y resignación pero deben vacunarnos a todos contra las promesas de soluciones simples y directas. Si existieran, muchos las habrían aplicado antes para colgarse la medalla. Si no se aplican es porque no existen. La lucha contra la pobreza, contra la xenofobia, contra los desahucios o la exclusión es dura, inacabable, titánica, está hecha de pasos cortos. Decir lo contrario para conseguir votos no deja de ser otra forma de burlarse de esos dramas.

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