Yolanda Vallejo - Hoja Roja

A la tercera, va la vencida

«Cuando una persona decide vivir en la calle es porque ha decidido rendirse o, lo que es lo mismo, porque ya ha decidido morirse»

Yolanda Vallejo
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A mediados de 2014, Cáritas elaboraba un terrible informe sobre el número de personas que vivían en las calles de nuestra ciudad; ciento seis era la cifra de los sintecho, sinhogar, o como quiera usted apellidar la dramática situación de quienes se ven obligados a buscar un hueco donde echar a descansar sus sueños, sus pertenencias y su dignidad cada día. Desde entonces, la situación no solo no ha mejorado, por mucho que digan, –ciento veintisiete es el número oficial–, sino que en los últimos meses la calle ha pasado su factura llevándose la vida de tres personas. Vivir en la calle debe ser muy duro; no ya por el frío, o el calor, o el viento o la soledad –buscar excusas es el recurso más económico y rentable en estos casos–, sino porque vivir en la calle no es una opción, ni es una forma de vida.

Es una forma de muerte.

El pasado martes Joaquín de León Sotelo se levantó de entre los restos de su vida y se desplomó en medio de ellos para siempre. Era de Cádiz, tenía familia y conocidos, y había decidido –o eso preferimos pensar con nuestras mentes bienpensantes- vivir en los bajos del balneario de la Palma, igual que si lo hubiese hecho en Canalejas o en la calle San Francisco, lugares donde lo normal es que entre cartones, mantas y bolsas de ropas se escondan historias de fracaso y de derrota. Desahuciados sociales que no importan a casi nadie, que forman parte del mobiliario urbano. Gente a la que casi nadie da los buenos días, ni las buenas noches, gente a la que creemos aliviar con un ‘kit de frío’, con un bocadillo o con un café. Alivios necesarios, nadie lo pone en duda, y proporcionados en la mayor parte de las ocasiones no por las instituciones, sino por asociaciones, particulares y buenas voluntades –que también las hay–, aunque no hagan mucho ruido. El estado de decadencia de la asistencia a este tipo de personas no es solo culpa nuestra, usted y yo lo sabemos. Hace mucho que, desde las instituciones, nos acostumbraron a encalar las grietas para que no se vieran, a pintar los desconchones y a sonreír sin que se nos vieran las mellas. Y hace mucho que los servicios sociales se convirtieron en una agencia de vales para el agua, la luz, el alquiler, el desayuno, el dormitorio de los niños…

Cuando una persona decide vivir en la calle es porque ha decidido rendirse o lo que es lo mismo, porque ya ha decidido morirse. No hace falta ser muy listo para darse cuenta de esto, y las historias suelen ser muy similares. Primero se pierde el trabajo, luego se pierden el hogar y la familia, luego se pierde la cordura, y se terminan perdiendo la autoestima y la dignidad, –que en realidad es lo único que nos diferencia de los animales– convirtiendo los sentimientos en instintos. Así resulta muy fácil lavarse la conciencia con un «es que ellos quieren vivir en la calle». Y no es cierto. Nadie quiere vivir en la calle. Usted no querría vivir en la calle, y yo tampoco. Pero cuando se ha perdido todo, todo da lo mismo. «Nosotros también nos preguntamos por qué sucede esto y no encontramos la respuesta» dice la concejala de Asuntos Sociales.

Y, sin embargo, la respuesta es mucho más sencilla que la pregunta. Ante una situación tan complicada y a la vez tan dramática, no basta con una labor asistencial de «primeros auxilios». Un primer paso es la creación del Centro de Baja Exigencia –cuando se abra–, un lugar sin horarios ni restricciones, que puede incluso convertirse en un lugar que facilite la integración social de estas personas. Pero luego, es necesario seguir el camino. Porque no basta con quitarlos físicamente de la calle, hay que quitarlos también psicológica y socialmente; y es ahí donde fallan prácticamente todos los programas asistenciales.

La Asociación pro Derechos Humanos de Andalucía, que tras la muerte del último sintecho señaló con valentía que este asunto es responsabilidad de todos -aunque dos días más tarde matizara “no estamos responsabilizando a nadie”- lleva mucho tiempo reclamando medidas que ayuden a la integración de estas personas, que les ayuden a recuperar su dignidad. Señalan los espacios de día, los equipos de calle –estos sí que son urgentes y necesarios– y algunos protocolos específicos como los puntos básicos para intentar paliar esta situación.

Vivir en la calle debe ser muy duro. Sentirse observado y rechazado por el resto de la sociedad debe ser una de las peores cosas a las que un ser humano pueda enfrentarse. Sentarse a esperar a que alguien le traiga un bocadillo, o un café, o una palabra de aliento, debe ser una derrota diaria. Una pérdida de dignidad constante. Y hay ciento veintisiete personas perdiendo la dignidad en nuestras calles, sintiendo que no sirven para nada.

La vida de Joaquín, –la muerte de Joaquín– sí que ha servido para mucho. Ha servido, por ejemplo, para denunciar la hipocresía de un sistema que habla de pobreza energética, de exclusión social, de justicia y bienestar, y tiene a ciento veintisiete personas muriendo en la calle. La muerte de Joaquín –la vida de Joaquín– ha servido para que lo planteado por la Mesa de Personas sin Hogar comience a materializarse.

Han sido tres muertes en pocos meses. A la tercera, parece, va la vencida. A ver si es verdad.

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