Francisco Apaolaza

Somos audiencia

La gente tiene curiosas maneras de resucitar

Francisco Apaolaza
Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

La gente tiene curiosas maneras de resucitar. El día en que arrojaron a Pedro Sánchez desde la roca Tarpeya del balcón de Ferraz, a Josep Borrell lo recibió el frikismo de Madrid como si volviera de conquistar África montado en un elefante con una campanilla en la trompa. El tiempo es dulce para algunos. Aquí lo tienen de nuevo convertido en oráculo de occidente, en dios del viento y la mesura. Será porque masca las palabras con suavidad sensual de profesor, como si se comiera un toffee. Cualquier día uno de esos documentales balsámicos que siempre hacen justicia a la gente nos venderá a Borrell como un prohombre, un disparo de inteligencia y de estadismo perdido en algún absurdo tiroteo socialista, acaso un personalísimo verso suelto, inteligente, moderado, conciliador, dueño de una autoridad que no necesita, y tal.

Un poeta, en definitiva y a mí no se me olvida que cuando se baja de la primera clase de los aviones, ruega a la tripulación que le guarden esas graciosas y minúsculas botellitas verdes de vinagreta que se sirven para aliñar las ensaladas. Borrel es un hombre de ensalada. Un superviviente.

Ayer vi a un periodista pedir que le empaquetaran las sobras de una cena a la que le habían invitado. Era una cena buffet. Siempre me disgustó estéticamente esa costumbre de la prensa de guardarse la comida, como si fueran un hámster. Me eriza la nuca esa voracidad de lo que es gratis. En todo caso, demuestra que los políticos somos nosotros mismos, ni más ni menos. También somos los bancos y los fondos buitre y la audiencia de Telecinco a primera hora de la tarde, que si se emite es porque alguien la ve. Para demostrarlo, ahora Borrell ha abandonado el olimpo intocable en el que se había instalado al denunciar que ha palmado 150.000 euros en una supuesta web de inversiones para listos que en realidad era una estafa. Reconozco que no soy el hijo del viento y que me han debido estafar decenas de veces –mejor para ellos–, pero yo soy él y antes que confesar eso, palmo los 25 kilos.

Cuando recibo uno de esos correos en los que me comunican que un tipo en Nigeria necesita 500 dólares para heredar las minas del Rey Salomón y que si se los presto las compartirá conmigo, me pregunto que quién picará y creo que el mundo está lleno de peces. Somos audiencia. Si existe Trump es porque lo votan. Si alguien pensó que Hillary Clinton, que dijo que un político tiene que tener una cara pública y otra diferente privada, iba a ser una estupenda candidata a la presidencia de los Estados Unidos, es porque pensó que nadie se daría cuenta.

En una conversación con una persona que llevaba la comunicación de un gran partido le pregunté porqué sus líderes trataban a la gente como si fueran imbéciles. Me respondió que les sucede a casi todos los políticos –hay pequeñas pero honrosas excepciones–, que en un momento dado de su carrera, piensan que son más listos que los demás. Como si perdieran la cabeza, como el náufrago que bebe agua salada, alcanzada determinada cuota de poder, sucede. A algunos les basta con llegar a concejal de un pueblo y a otros, con la cartera de ministro, pero todos acaban por tratar a los demás como gilipollas pues piensan abiertamente que lo son. Que somos audiencia.

Ver los comentarios